jueves, 18 de agosto de 2016

Yo no quiero ser un hombre

Querido Quien Seas: 

Yo no quiero ser un hombre, no quiero parecer un hombre ni tener que compararme con un hombre para definirme. No quiero ser "lo otro" frente al hombre, como si ser hombre fuera lo principal y ser mujer, lo secundario o subsidiario. 

Tampoco quiero imitar al hombre para que el sistema jurídico me equipare en derechos. 

No quiero pedir perdón por mi útero ni por mi potencialidad creadora. Si al hombre le intimida mi capacidad de dar vida, allá él. De todas formas no comprendo que lo viva así, cuando es sabido que su esperma es tan necesario como mi óvulo, porque no hay vida posible que surja de dos espermatozoides que se encuentran, ni de dos óvulos que se junten. 

No quiero pedir perdón por mis hormonas femeninas, porque él no lo hace por sus masculinas. Y si las mías me hacen llorar un poco más o ser un poco más emocional, también me dan la posibilidad de concebir y gestar un hijo, que es también hijo de la humanidad. Sin mi útero y mis hormonas la humanidad acabaría en la próxima generación. 

No quiero pedir perdón por mis tetas, menos cuando están siendo usadas para alimentar a mi cría. No quiero esconderme para dar teta, ni colgarlas dentro del corpiño para que las grandes farmacéuticas se llenen los bolsillos vendiendo fórmula, mientras me convencen de que mi leche es mala o poca, o de que "es lo mismo", mientras me llenan los oídos de discursos machistas para que "recupere mi libertad", cuando en realidad lo que quieren es achatarme en aquéllo que me hace diferente y, por qué no, hasta un poco mejor que los hombres. 

No quiero disculparme por pasar nueve meses gestando, ni porque ese esfuerzo de mi alma, de mi cuerpo y de mi mente me vuelva un poco lenta o me complique seguir haciendo lo de siempre. Porque en última instancia estoy creando un ser humano, y creo fervientemente que ante eso toda la sociedad debería colaborar a mi acto de creación con la que luego ella será beneficiada. 


No quiero pedir perdón por mi embarazo, por mi parto ni por mi puerperio. No quiero que me veas débil por querer quedarme dos meses o dos años cuidando a mi cría, porque trabajar, trabaja cualquiera, pero ¿quién le da teta? ¿quién le da el cuerpo? ¿quién pone sobre el niño todo su estado de alerta para contribuir a su desarrollo sano a nivel físico, neurológico, mental y emocional? Y si yo acepto mi naturaleza femenina, mi deseo de empollar, puedo aceptar que durante esos dos meses o esos dos años seas vos quien salga a trabajar y nos proveas, y puedo ver tu trabajo con respeto, porque vos, hombre, estás permitiéndome ser mujer, entonces te devuelvo tu derecho de ser hombre. Y no es que yo no sirva para trabajar... vastos ejemplos hay ya en el mundo de mujeres que conquistaron todos los terrenos, que pueden ser pilotos de avión, rectoras de universidad y presidentes... ¿pero qué pasa si también quiero ser madre?

Quiero reconocer que cuando veo a la maternidad como una tarea doméstica sin importancia, le estoy dando la razón al hombre que pretende destituirme de lo que me hace única. Y cuando renuncio a mi útero y a mi teta, cuando renuncio a "empollar" estoy haciendo eso: renunciar, y privarme de una parte fundamental de mí misma. Pero sobre todo estoy haciendo con mis hijos lo que durante siglos los hombres hicieron con nosotras, las mujeres: cometer abuso, aprovecharme de su falta de voz, de su imposibilidad para reclamar y pedir lo que necesitan para satisfacer sus necesidades. Quiero reconocer que cuando me niego a maternar para conservar mi identidad social, no estoy vengándome de la opresión del machismo y el patriarcado, sino que estoy dañando a mis hijos, que son quienes se quedan sin madre. 

No quiero ser una mujer incoherente, que el lunes hace una marcha para que no la maten y el jueves hace otra para que le permitan matar. Quiero madurar y dejar de parecer un niño haciendo un berrinche en el supermercado porque quiere no sabe qué

No quiero criar a mi hija con el concepto machista de que la mujer es solo un útero y por eso no vale nada, pero tampoco con el concepto feminista que le quita importancia al hecho materno. Porque en definitiva uno y otro llegan a la misma conclusión de que ser mujer es una mierda. Y yo quiero que ella sepa que no lo es, que ser mujer es hermoso y que tiene derecho a serlo. 

No quiero ser hombre, quiero ser mujer y vivir cada etapa de mi vida sin tener que imitarte a vos, hombre. Quiero ser yo misma, reivindicar mi naturaleza femenina y enaltecerla. Quiero que puedas ver lo bueno de mi esencia de mujer y que me respetes. 

Porque al final del día no quiero que mis derechos tengan que ver con ser hombre o mujer, que me respetes por ser hombre o mujer, sino por ser humano. Y quiero poder respetarme como ser humano, partiendo de la base de que soy mujer. Porque quiero que mi vida no esté inspirada en el resentimiento, sino en el amor; no en el egoísmo, ni en el reclamo exagerado de derechos o en el querer "todo para mí y nada para el resto", sino en el amor, en la capacidad de creación, en el fomento de los vínculos, en mi contribución a la sociedad y al mundo. Porque no hay felicidad posible si partimos desde el odio. Porque tampoco es posible ser felices reprimiendo lo que somos. 

Y porque también es posible hablar de feminismo desde la diferencia. 


©Mónica M. Kofler Escañuela



martes, 16 de agosto de 2016

El otro que no soy yo (y de por qué juzgamos)

Querido Quien Seas: 

Hace días que ronda en mi cabeza la cuestión respecto a por qué nos resulta tan fácil, tan tentador juzgar y condenar a los demás, por qué tan cómodamente nos ubicamos en el sillón del juez y nos dedicamos a señalar enfáticamente los errores de las demás personas, estableciendo, ya con ostentación, cuáles habrían sido las mejores decisiones a tomar por ellas, y a definir cuál sería el mejor modo en que deberían vivir sus propias vidas. 

Para todas esas preguntas se me ocurrió una sola respuesta: miedo. Miedo, sí, pánico, terror... miedo a que algo que no quiero, algo que corresponde a la vida del otro se instale en mi propia vida, miedo a no saber cómo afrontarlo. Entonces, para no ser víctima de esa situación que no quiero, a eso para lo cual no estoy preparado, acudo simplemente a una herramienta moral: me diferencio del otro lo más que puedo, y declaro a viva voz que eso que le pasa al otro es una simple consecuencia de haber hecho las cosas de tal o cual modo, de haber tomado decisiones totalmente contrarias a las que yo habría tomado en su lugar, solo para llegar a la conclusión de que eso que le pasa al otro, le pasa solamente porque es distinto a mí, porque si fuera como yo no le habría pasado, porque a mí eso no me pasa, no me tiene que pasar, no lo puedo permitir. 



Cómo no van a robarle, si andaba en la calle de noche. Cómo no van a violarla, si andaba vestida tan provocativamente. Cómo no va a golpearla su pareja, si ella lo conoció así y de todas formas decidió quedarse, si ella aceptó que la maltratara siempre. Cómo no van a serle infiel, si siempre volvía tarde a su casa. Entonces a mí me basta con no andar de noche en la calle, no vestirme provocativamente, no enamorarme de un violento, ni volver tarde a casa, para que no me roben, no me violen, no me golpeen, ni me sean infiel... 

El problema es cuando a pesar de ser diferente del otro, aun así me pasan las mismas cosas... Quizás entonces comience a pensar en la empatía como opción. Sin embargo el otro sigue siendo el otro, y quizás, solo quizás, sea él ahora quien se siente cómodamente en el sillón del juez. 

©Mónica M. Kofler Escañuela

domingo, 7 de agosto de 2016

El pecado del feminismo


Al feminismo, en sus diversas formas, le debemos un sinfín de logros y conquistas. Sin embargo es al mismo feminismo al que le podemos imputar el más grande de los pecados: haberle dado la razón al hombre. 

En su afán por demostrar que las mujeres merecemos gozar de los mismos derechos de los hombres, el feminismo terminó por demostrar que la mujer es capaz de hacer y lograr las mismas cosas que aquél. Pero se olvidó, en el camino, que la mujer es también capaz de lograr otras cosas. Y así, por demostrar que la mujer no es "solo un útero", olvidó que la mujer es también un útero. 

Y digo que cometió un gran pecado al darle la razón a los hombres, porque para exigir los mismos derechos, aceptó que se le exija ser igual que un hombre, desplazando y rechazando ella misma su naturaleza femenina, negando su gran poder creador o, en la mayoría de los casos, aceptándolo pero negándole importancia, como si crear vida y formar a las generaciones futuras fuera un hecho sin trascendencia que se puede equiparar a una simple tarea doméstica. 

Hemos encarnado durante mucho tiempo las luchas de nuestros ancestros, hemos intentado reivindicar lo femenino desde un lugar masculino, hemos pretendido ser mujeres masculinizadas, despreciándonos a nosotras mismas y a nuestra femineidad. Pero esa ya no es nuestra lucha. Entre el machismo, que tanto daño hizo a la mujer, y el feminismo, que tanto daño hizo a la mujer, hay un punto medio: el punto de la conciliación. 


Es en el complemento donde es posible aspirar a la perfección. Es tiempo de sanar: para dar paz a nuestros antepasados, para darnos paz a nosotras mismas y para darles paz a nuestros hijos y los hijos que vengan a través de ellos. Porque mientras los niños sean concebidos en medio de una lucha de sexos, mientras sean fruto de la guerra, la venganza y el resentimiento, ningún cambio positivo será posible en el mundo. 


Y esa es solo mi humilde opinión. 

Mónica Kofler