Cualquiera puede escribir. Probablemente suene raro, sobre todo cuando generalmente los escritores disfrutan de ese pedestal en que se los ubica por tener “el don de escribir”.
Quizás no todos nacemos con la habilidad innata, pero sin dudas es una habilidad que se puede adquirir. Y digo que cualquiera puede escribir, del mismo modo que cualquiera puede cantar, o bailar o pintar un cuadro. Escribir es ni más ni menos que una herramienta, un vehículo para sacar afuera lo que se tiene adentro, un modo de explotar, de hacer catarsis. Escribir es un modo de arte, un modo de ser, un modo de sentir.
Escribir es agarrar eso que tienes adentro y que no sabes dónde poner, y ponerlo sobre el papel. Es darle permiso a eso que te pasa, para que te pase… y para que pase y se vaya.
Es tomar esas palabras que se golpean dentro de tu mente y de tu corazón y te arman una película, una novela, un drama y hacer con ellas un discurso completo, porque ya no importa que no tengas a quién decírselas, las dices y punto… y capaz ahí afuera incluso haya alguien que las quiera leer. O quizás no quieras que las lea nadie, las escribes para vos, para sacarlas de adentro y que dejen de golpearte y de llenarte de moretones el alma. Porque seamos sinceros, no todo lo que sentimos ni todo lo que pensamos sirve, pero está ahí, lo sabemos, está ahí y nos lo hace saber con nuestros estados emocionales, con nuestras incomodidades, con nuestras frustraciones e insatisfacciones. ¿Qué hacemos con eso? Yo recomiendo que las escribamos, aunque si alguien quiere cantarlo, bailarlo o pintarlo, pienso que es igual de bueno. En definitiva, al hacer con nuestras sombras un arte, dejan de ser sombras y se convierten en algo bello, no solo por el resultado que volcamos sobre el papel (que puede gustar a todos, a muchos o a nadie), sino por haber podido sacarlo de adentro sin provocar ningún daño, y provocándonos un gran placer y una gran liberación a nosotros mismos.
"...al hacer con nuestras sombras un arte, dejan de ser sombras y se convierten en algo bello..."
Como dije antes: la escritura es una herramienta, un vehículo. La pregunta es ¿Qué quiero escribir? ¿Qué quiero decir? Pero probablemente si vos que estás leyendo nunca te habías planteado la posibilidad (o el derecho) de escribir lo que te pasa, cuando te hagas esta pregunta tu mente se quede en blanco ante la intimidación. Entonces te hago otra pregunta ¿Qué estás sintiendo? ¿Qué tienes atorado en la garganta, en la contractura del cuello, en la boca del estómago, en la rigidez de la espalda, en el dolor de cabeza, en el insomnio…? ¿Qué tienes hecho un nudo que te enmudece, que te satura el corazón? ¿Qué es eso que te hace llorar cuando ves una publicidad de m… que no tiene nada que ver con vos, pero que te lleva a un estado de sensibilidad incontenible? ¿A quién quieres decirle cosas, pero te callas, porque tienes miedo de las consecuencias? ¿O porque crees que no te va a entender? ¿A quién odias? ¿A quién amas? ¿A quién extrañas en secreto? ¿Qué te gustaría que los demás sepan de vos cuando ya no estés?
No sé si me hago entender, pero la idea es que TODOS tenemos algo que decir, TODOS PODEMOS ESCRIBIR, y absolutamente TODO SE PUEDE ESCRIBIR, porque siempre está pasando algo, y ese “algo” siempre es importante para esa persona a la cual le está pasando (y para otros tantos que ni siquiera tienen idea de cómo decirlo).
Cómo empecé a escribir yo
A mí esto de escribir me surgió temprano, alrededor de los once años. Mi maestra de sexto grado (la señorita Polido <3 ) me propuso escribir una poesía para un concurso literario del Club de los Abuelos, y yo no dudé ni un segundo en encerrarme en mi pieza, con el Adagio de fondo, y en empezar a llorar hasta llegar a ese nudo que me recordaba a mi abuelo. Cuando lo encontré, salió la poesía… y gané el concurso. Sabía que para escribir necesitaba conectarme, y esa música que para música fue mi medio para transportarme a la tristeza que representaba la ausencia de mi abuelo.
Desde ese día escribí todo, sobre todo lo que me pasaba. Escribo para pensar, para ordenar los pensamientos, para entender lo que me pasa, para contar algo que me maravilla o que me tortura o que me duele o que simplemente pasó por mi imaginación.
Por mucho tiempo me sentí extraña. Sobre todo cuando mis historias atraían tanto la atención de los profesores y llamaban a mi mamá para contarle, preocupados, que quizás yo tenía algún problema psicológico o alguna tendencia suicida. Sí, me sentía un bicho raro.
La verdad es que escribía para mí misma, para sacar esas cosas medio insanas que a veces aparecen durante la adolescencia, propias de la búsqueda de identidad.
Luego me sumergí en otro pozo: el de la maternidad, y otra vez me encontré con las sombras y con la necesidad de sacar afuera todo eso que me inundaba. Pero esta vez Internet fue mi cómplice, porque empecé a escribir en un blog y entonces supe, por primera vez, que no era un bicho raro ni un patito feo, solo estaba nadando fuera del estanque. Lo supe cuando empecé a recibir hermosas cantidades de comentarios y mensajes de otras mujeres que pensaban, sentían, sufrían, vibraban, amaban y se cansaban como yo. Por supuesto que no fueron todas, que no todas las mujeres vivieron del mismo modo el embarazo, el parto ni el puerperio, porque no somos todas iguales, pero sí somos muchas, y la Internet me sirvió para encontrarme con esas esencias similares a la mía. Cualquiera que tenga un grupo de amigos sabe lo bien que se siente saberse aceptado, y eso me pasó a mí. Cuando me dijeron, algunas veces, que se sentían identificadas con lo que yo contaba, que les pasaba lo mismo pero no sabían cómo decirlo, me sentí feliz de poder darle voz a otras personas que pasaban por lo mismo y que, aun cuando no pudieran expresarlo, podrían leerlo y quizás usar mis palabras para explicarles a otro lo que estaba pasando en su mundo.
Sin darme cuenta había dado un gran paso: había salido del lugar en que pedía cosas al mundo, en que me preguntaba “¿Qué puedo obtener yo con esto de escribir?” a un lugar más hermoso, en donde todo fluye y puedo ver la fuente inagotable de donde brotan las
palabras, el lugar en donde me empecé a preguntar “¿Qué puedo dar de esto que tengo? ¿A quién puedo ayudar con esta habilidad?”. Y entonces continué escribiendo.
Pronto me encontré preguntándome qué quiero decir, a quién quiero decírselo, cuál es mi mensaje. Porque sin algo que decir, sin un mensaje, la escritura es una herramienta que no sirve para nada, un vehículo que no me lleva a ningún lugar.
Recibí también otros comentarios de personas que me dijeron cosas como “a mí me gustaría poder contar tal cosa”, o “pensé en escribir mi propia historia”, “me encantaría contar mi vida en una novela”, “dejar mi historia a mis hijos”, “escribir mi biografía”, “escribir mis memorias”, “nuestra historia de amor”, “el nacimiento de nuestros hijos”, “todo lo que me enseñó mi padre”… ¡y tanto, tanto más! Mientras tanto a mí solo se me estrujaba el corazón por sentir que no podía ayudarlos, hasta que un día pensé ¿Por qué no?
Entonces lo supe: YO LOS PUEDO AYUDAR. Durante toda mi vida, desde esos (no tan) lejanos once años, desarrollé técnicas y herramientas para escribir, para escribirme a mí misma, para escribir y reescribir mi historia, para convertir el dolor en una pequeña pieza de arte que, aunque más no fuera, sirviera para aliviarme y darme calma. Yo sé cómo se hace y estoy segura de que se puede enseñar.
Mi idea no es la de enseñar a escribir con tremendo estilo literario, ni ayudar a que te conviertas en Borges o en Cortázar, porque tampoco sabría cómo hacerlo yo misma. Simplemente TE PUEDO AYUDAR A ENCONTRAR LA VÍA PARA CONECTAR TUS EMOCIONES CON TUS PALABRAS, Y VOLCARTE ENTERO SOBRE EL PAPEL. Puedo guiarte con mis técnicas y mis ejercicios personales, con esos que me sirvieron en la adolescencia, y con otros que fui descubriendo e incorporando a la vez que crecía y seguía aprendiendo y estudiando, y que ahora incluyen una que otra herramienta de Coaching, Inteligencia Emocional, Programación Neurolingüística y Géstalt.
Puedo ayudar a que te conectes con vos mismo, con tus partes excluidas, con tus sombras, con tus sueños, con tus ganas, con tus miedos, a que te atrevas a decirte eso que suena en tus zonas oscuras, a que te permitas ser lo que quieres ser, lo que ya sos pero parece no encajar en el mundo que te construiste, a sacarte esa sensación de estar sobrepasado por la vida, por la rutina, por las obligaciones, por los mandatos sociales y familiares, por las cosas pendientes.
Y una vez que tengas todo escupido, vomitado, llorado o reído sobre el papel, podemos armar con eso un castillo, una nube, un puente o una tormenta… lo que mejor salga con esas piezas de rompecabezas que había en vos.
De todo eso surge hoy mi idea de ofrecerte mi ser, mi historia, mi habilidad, mi experiencia, mis búsquedas y mis encuentros, mis estudios y mis aprendizajes, y poner todo a tu servicio, para que vos elijas el modo que mejor vaya con vos, con el que más cómodo te sientas.
Podemos hacer un taller de escritura catártica, y entonces te daré mis herramientas para que aprendas, con ellas, a hurgarte a vos mismo y a sacar lo mejor y lo peor de vos sobre el papel.
O puedes sacarlo vos solo, si es que ya estás acostumbrado a escribir tus emociones pero tienes dudas sobre cuestiones formales de la escritura, y entonces yo te ayudo a encauzarte en esa parte del camino, con las cuestiones técnicas de construcción del texto.
Solo quiero que te quede claro que no necesitas tener ningún conocimiento previo (más que el saber leer y escribir) para que esta propuesta se adapte a vos. Solo es necesario que tengas algo adentro que quiere salir, pero no sabes cómo, ni por qué, ni para qué, que tengas pensamientos, emociones, sensaciones, conflictos, crisis, miedos, deseos, sueños, preguntas, que sientas amor, odio, cansancio, miedo, enojo, angustia, tristeza…
¿Te imaginas poder decir que te sientes triste, sin decir que te sientes triste? Yo no, no puedo decir la palabra tristeza desde que no estás. Ni esa, ni ninguna otra palabra. En realidad no puedo hablar, no quiero. Tengo miedo que al hacerlo, mi respiración se robe para siempre el último hilo de tu perfume que quedó dando vueltas en el aire y en la funda de la almohada. Por eso no abro las puertas ni las ventanas, no vaya a ser que el viento…
Mónica