Podrías darme un poco más de bolilla, te digo, en vez de estar tanto tiempo con el celular.
Y lo arrojo así, medio histérica, como quien arroja un reclamo inocuo. Me estás jodiendo, me contestas. Uf, parece que te agarré
cruzado. Hay días en los que me pongo rugosa y vos me suavizas con besos, o me
sacas del boludeo con alguna broma. Pero hay otras en que vienes más
complicado que yo y ahí se pudre todo. Vos
debes creer que haces todo bien, por eso te sientes con derecho a reclamar
tanto. A esa altura ya se me borró la sonrisa, pero vos sigues. Hablas como si fuera que nunca agarras el
teléfono cuando estás conmigo. Ahora me empiezo a indignar. Según vos nunca
sé dónde está mi teléfono, pero cuando te conviene sales con que vivo
mensajeando mientras estás aquí. Dejá de
inventar, te digo, si me pongo a
escribir es porque estás al frente y ni me registras. ¿Yo no te registro? Vivo pendiente de vos, siempre abrazándote,
besándote y vos, nada. ¿Crees que no me doy cuenta que no tienes ganas de estar
conmigo? Si no fuera por mí, nunca pasaría nada entre nosotros, hace meses que
no tienes iniciativa.
Y así, de
un solo párrafo, se terminó mi sensación de pareja feliz. Arrojaste todas las
cartas juntas en la mesa. Agacho la cabeza como un chico que recibe un sermón.
Es que es verdad lo que dices, y yo lo sé, pero mientras no decías nada,
mientras no te quejabas, mientras parecías pasarla bien con la poca y nada intimidad
que tenemos, yo podía seguir haciéndome la tonta.
De repente
me acuerdo de la conversación de Margarita con su hermana, la que leí en la
página de Facebook de Marcela Alluz, y que es un fragmento de su
novela “Volverte a ver”, en la que la hermana le dice a Margarita:
“Es duro ser madre y trabajar ocho horas
por día, lidiar con tareas de los chicos, con la casa, hasta con las malditas
mascotas, hacer dieta, caer de vez en cuando en un gimnasio y saber que al
menos una noche a la semana tienes que coger con tu
marido… No te digo que la paso mal, no, tengo algún que otro orgasmo, pero no
sé, no me emociona, no es algo que yo propongo, últimamente prefiero un buen
libro y un té…”
Y como para
darte la razón al primer reclamo, me doy cuenta de que estoy con la cabeza
metida en el celular, leyendo ese texto. Levanto la mirada y me encuentro con
la tuya, que me asesina. ¿Ves? Me
dices. Te digo que no, que estaba buscando algo para mostrarte. Pienso que
estaría bueno que veas que esta falta de deseo no es un problema mío, ni un
problema de nosotros solamente, que le pasa a todo el mundo en ciertos
momentos. Pero entonces me imagino la conversación en la que te digo que lo leí
en un cuento y vos me respondes tan racional y correcto que eso es ficción, y
que aun cuando fuera cierto, la mina estaría más justificada que yo por andar
todo el día corriendo tras de los hijos, mientras que yo no los tengo. Entonces
decidí no decir nada, porque esa respuesta hubiera sido demasiado dolorosa para
mí. Vuelvo a pensar en decirte solamente que es algo que le pasa a todo el
mundo, no solo a nosotros, y que en realidad es algo mío, de mis hormonas o que
se yo, que no tiene nada que ver con vos… pero en realidad no estoy tan segura.
Me quedo callada mirando la nada y vos, con una expresión casi feliz por haber
tenido la última palabra. Pero ya repartiste las cartas, y yo sé que ahora no queda otra que jugar la partida.
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