domingo, 15 de noviembre de 2015

El Amor que no fue (Folios, Encuentro, Movimiento)

Imagen tomada de Google

Aprovechó que Jorge estaba cumpliendo su rol de abuelo, intentando colocar los moños en la cabeza de Clarita, y abrió el cajón de su escritorio con la llave que llevaba colgada como un dije en la cadena. Revolvió tímidamente los folios que guardaba allí: todos escritos con la misma letra, con la misma tinta, con el mismo nombre como encabezado de la carta (el de ella).

Releyó algunas de sus lineas y casi se desvaneció en una sensación de angustia, mientras dejaba escapar las lágrimas (hoy estaba permitido).

Jorge asomó por la puerta del estudio y quebró apenas el silencio con un susurro: "¿Vamos querida?", como adivinando el momento de intimidad sagrado que estaba viviendo Rosa... y respetándolo.

Ella asintió con la cabeza, secó su rostro con un pañuelo bordado y en un breve movimiento dio una vuelta de llave para volver a ocultar sus tesoros.

Se puso de pie lo más erguida que pudo. Y salió, junto a Jorge y a su nieta, al encuentro más temido de toda su vida, apretando una carta escrita por ella. Esta vez tenía la decisión firme de poner entre sus manos el sobre con un mensaje: "Yo también", en respuesta a todos los "te amo" que él le había escrito.

Dudó, dudó, dudó... pero finalmente encontró el coraje para hacerlo, apenas unos segundos antes que el ataúd se cerrara para siempre.

©Mónica M. Kofler Escañuela

sábado, 14 de noviembre de 2015

Gajes del Oficio

El siguiente relato lo escribí para participar en la consigna semanal de "A Cierta Hora", debiendo contar con las siguientes palabras: "Diente / Burdel / Agujero / Calavera", resultando preseleccionado en dicho desafío. 
A continuación el texto: 

Gajes del Oficio

Habrá quién crea que hay placer en este oficio. Y no puedo negar que de vez en cuando nos toque trabajar sobre alguien que resulte atractivo, pero no es lo más común encontrar hombres de ese tipo en un burdel.

Si supieran las engrupidas mujeres de un solo hombre que nos miran de reojo, lo duro que resulta dejarse tocar por algún viejo con cara de calavera, al que seguramente le falta por lo menos un diente y que viene a vernos como quien buscar un agujero. 


Imagen tomada de Google

©Mónica M. Kofler Escañuela

viernes, 6 de noviembre de 2015

Corazón Avaro

imagen tomada de Google
Aquí les presento un texto motivado en una consigna de Literautas, según la cual debía elegir uno de los siete pecados capitales y escribir un relato que lo tenga como base. El pecado que elegí es la AVARICIA, y aquí tienen el texto que salió a partir de esa idea: 

La soledad que la envolvía la hacía ver más perfecta aun, inmaculada, inalcanzable. Era evidente la superficialidad que detentaba, el acopio de joyas y adornos no cumplía otra función que la de ocultar la insatisfacción de su alma anudada, condenada a enterrar sus sentimientos. Sin embargo su belleza era indiscutible y tenía la capacidad de atraer al más apático de los hombres, enamorarlo y succionarle toda su inocencia, quitándole para siempre la posibilidad de volver a creer en el amor, ya que después de ella cualquier corazón quedaba devastado.

Se dedicó a vivir la vida de ese modo, excluyendo las emociones, motivada por la carencia de amor que la había dañado desde el comienzo de su existencia, cuando sus padres sustituían tiempo y contención con regalos, juguetes y vestidos caros. Y se creyó poderosa. Se rió de cada hombre que dijo amarla, lo abandonó a su suerte con el corazón destrozado mientras seguía su camino en busca del siguiente candidato.

Su avaricia la llevaba a coleccionar cada vez más corazones, hasta que descubrió que esta nueva forma de materialismo que había inventado era tan inútil como la tradicional: no era capaz de calmar su hambre ni su sed  de amor. Justo cuando comenzó a sentir que la mezquindad de su espíritu la llevaba a vivir una vida sin sentido, decidió acabar con todo. Y lágrimas de cien hombres fueron diamantes adornando su cajón. 

©Mónica M. Kofler Escañuela

jueves, 5 de noviembre de 2015

El lápiz mágico

Imagen tomada de Google
Les traigo un nuevo relato, que tiene origen en un reto del Taller de Escritura #29 de Literautas. La consigna era simplemente escribir un texto bajo el título "El lápiz mágico", y aquí lo tienen. 

Cada noche, antes de ir a dormir, tomaba su lápiz y escribía en un papel el nombre de alguna persona que había estado en sus pensamientos durante el día. Dejaba el papel con el nombre sobre el escritorio, a un costado de su cama, apagaba la lámpara y se acostaba.
Tenía esta costumbre desde que era una niña. Una vez su mamá le había dicho que cuando se acordaba de repente de alguien, probablemente esa persona también había pensado en ella. Y lo creyó así. Entonces comenzó a escribir los nombres de las personas en las que pensaba durante el día para luego preguntarles si también les había sucedido a ellas.
Pero lo cierto es que nunca llegó a preguntar a nadie si también habían pensado en ella. Algunas veces por vergüenza, otras por temor al ridículo, otras porque se trataba de personas que no veía casi nunca y otras porque simplemente lo olvidaba.
Con el transcurso del tiempo perdió la curiosidad inicial de saber si el pensamiento había sido recíproco, pero de todos modos subsistía la costumbre de seguir escribiendo en un papel los nombres de todos aquéllos en los que había pensado… aun hoy, después de veinte años. Los cajones de su escritorio comenzaron a llenarse de papeles con nombres escritos, así que pensó que era necesario encontrar un sistema para organizarlos y evitar el caos. Como hasta ese día había usado cada papel para escribir solamente un nombre, cada persona en la que había pensado tenía destinada una hoja de papel completa para ella. Decidió ordenar los nombres alfabéticamente y encuadernar todas las hojas, formando un libro gigante de nombres, muchos de los cuales estaban repetidos por haber pensado más de una vez en la misma persona.
Haber pensado muchas veces en algunas personas no le llamó la atención cuando se trataba por ejemplo de sus padres, sus hermanos, sus mejores amigas, algunos de los chicos que le habían gustado o con los que había salido. En cambio sí se sorprendió de haber pensado varias veces en cierta gente, como su maestra de primer grado, su profesora de literatura de la secundaria, el señor que siempre pasaba por su casa pidiendo algo para comer, y el que la despertaba a primera hora de la mañana vendiendo diarios.
En fin, ese día acabó la tarea de encuadernar, releyó algunos nombres y se fue a dormir. Desde el día siguiente comenzaría a completar las hojas con nombres repetidos, en la mayoría de los casos. Y para los nombres nuevos comenzó a usar un anotador que compró al volver del trabajo. La lista había crecido sobre todo desde que entró en la universidad y conoció a muchas otras personas, y mucho más desde que comenzó a trabajar como profesora.
La noche del viernes Gabriela llegó agotada a su cama y se durmió, no sin antes pasar por el escritorio y escribir el nombre de su mamá: Estela. Su nombre era recurrente en sus recuerdos del día, tanto que la hoja estaba casi completa solo con ese nombre. Se acostó a dormir respirando en el aire el dulce recuerdo de su perfume, sonriendo ante esa sensación placentera, como si su mamá la estuviera cuidando desde algún lugar intangible, aunque no lejano.

A la mañana siguiente, al despertar, sintió una energía nueva, como si todo el cansancio de la semana, del año y de la vida hubiesen desaparecido mientras dormía. Se levantó serena, consciente de que era la mañana del sábado y no tenía obligaciones. Antes de salir de su habitación pasó por el escritorio y observó casi en forma automática el cuaderno que había quedado abierto en el nombre “Estela”, pero se sorprendió al descubrir que sobre esa hoja había otra: una que decía “Gaby:…”, y debajo del nombre una extensa carta escrita con la inconfundible letra de su mamá. La leyó completa, mientras secaba las lágrimas de sus ojos para poder continuar, hasta la última frase: “yo también pienso en vos, nunca lo dudes. Mamá”. 

©Mónica M. Kofler Escañuela