lunes, 14 de noviembre de 2016

Tiempo de ordenar



Todos tenemos una habitación del desorden, ahí es a donde van a parar todas las cosas que no sabemos en dónde van, las cosas rotas que nos prometemos arreglar algún día, los papeles que no corresponden a ninguna categoría, las cosas que ya no usamos, las que no nos gustan más, las que nos gustan pero ya no nos quedan…
Todos tenemos una habitación del desorden dentro de nosotros mismos, ahí es a donde van a parar las lágrimas que no nos atrevimos a llorar, las palabras que no dijimos, los sueños rotos, las metas inconclusas, los sueños que tuvimos y no pudimos cumplir, las buenas intenciones que nunca concretamos en hechos, los proyectos pendientes…
Probablemente pasaste más de una vez por esa habitación del desorden y no te animaste a más que a mirar de reojo. Pero ¿sabes qué? Es tiempo de ordenar.
·        Si alguna vez te sorprendiste preguntándote qué estás haciendo con tu vida
·        Si explotaste en una reacción que se escapó de tus manos y heriste a alguien
·        Si sientes que tienes un nudo en la garganta con todas las cosas que quisieras decir y no puedes, porque no sabes cómo
·        Si la persona que sos no se lleva bien con el niño que fuiste
·        Si lo que soñaste ser quedó olvidado al fondo de algún cajón
·        Si todo lo que podrías llegar a sentir queda reducido siempre a la ira, al enojo
·        Si gastas más energía en condenar lo que detestas que en promover lo que amas
·        Si tienes demasiadas cosas que decir de los demás
·        Si tu ojo está demasiado cómodo buscando los defectos de la vida, de la gente, de las elecciones ajenas…
·        Si te faltan ganas de despertar por las mañanas
·        Si sientes que tu vida está hecha de puras obligaciones y sacrificios
·        Si sientes que tus heridas del pasado no terminan de sanar…
Si te pasa alguna de esas cosas, es tiempo de ordenar.
Y entiendo que dudes, entiendo que sientas que no quieres hacerlo, que no tienes fuerzas. Entiendo incluso que te mientas que no necesitas ordenar, que tu desorden te sirve, que así vives bien. Lo entiendo, porque muchas veces entrar en esa habitación implica encontrarse con objetos, historias, personas, vivencias que creíamos haber olvidado, y recordar aquello que tanto nos costó olvidar.

Pero así como en una habitación desordenada, llegará el momento en el que puedas encontrar un lugar para cada categoría, y luego cada cosa irá encontrando el propio con mucha más facilidad.
Mientras te encuentres ordenando seguramente pasarán muchas personas y se quedarán mirando. Algunas te dirán que tu vida es un desastre… ¿Cómo no decirlo cuando tienen todo tu desorden ante sus ojos? Sin embargo no te espantes, probablemente esa persona tiene un desorden aun mayor (no te olvides que todos lo tenemos) y que ni siquiera lo sabe o no se atreve a empezar la tarea.
Pasarán otros que te darán aliento o te acompañarán en silencio. Esos seguramente ya están en un proceso de ordenar su interior y comprenden lo que estás pasando.
No voy a mentirte. El proceso no dura un día. Serán semanas, meses, quizás hasta años. Todo depende del compromiso con el que enfrentes el desafío y del tiempo que hayas pasado acumulando cosas en esa habitación del caos.
Sin embargo un día todo estará en su lugar. Podrás ver claramente el suelo sobre el que apoyas tus pies, las emociones estarán bien ordenadas en un estante, los pensamientos en otro, y así todo: las metas cumplidas, los sueños que te impulsan, las metas que aún restan cumplir, los recursos con los que cuentas, las heridas que aún no sanan, aquéllas que ya sanaron, los disfraces que alguna vez usaste para hacer feliz a alguien más y que ya no te quedan…

Si te preguntas cómo sabrás cuando el proceso haya terminado, es fácil: ese día te encontrarás con tu verdadero yo… y simplemente lo sabrás. 

Reflejo de ayer


Casi puedo verte parada allí, a punto de descender de ese gran barco, después de casi un mes sin tocar tierra firme. Es extraño verte así, a través del tiempo. Siempre creí que el único tiempo y el único espacio posibles eran estos que me tocan vivir hoy a mí, el presente, mi propia época, mis propias circunstancias. Como si todo tiempo pasado fuera insignificante, como si el sentir de quienes ya no están nunca hubiese existido, como si no hubiesen sido reales por pertenecer al pasado. Será esa indiferencia, esa ignorancia quizás uno de los privilegios de la juventud, de la inmadurez, del ego exaltado. Sin embargo hoy casi puedo verte y eso me hace pensar que mi juventud me ha abandonado. Estar parada en la mitad de la propia vida te da, inevitablemente, otra perspectiva, te achica el punto de fuga y te amplia el horizonte. De algún modo se vuelven visibles otros sitios, otros tiempos. Pasado, presente y futuro son ahora continuos, dejan de ser un cumulo de fotos viejas de años muertos o esperanzas utópicas sobre lo desconocido.
Y es así que hoy, irremediablemente, casi puedo verte, así de simple, como si te tuviera al frente, como si fuera yo uno de los miles que descendieron de ese barco. Como si se tratara de un cuadro expuesto ante mis ojos, o, más que un cuadro, una película que pasa en cámara lenta, te veo dudando, temiendo, temblando. Te veo con los ojos aguados y mordidos para no llorar. Te veo andrajosa, intentando disimular las arrugas del vestido y los eternos días sin poder sentir el agua sobre tu cuerpo. Las uñas astilladas por la espera. Las hilachas de tu pelo cayendo sobre tu frente y tus dedos intentando volverlas a su lugar. El anillo de tu madre cayendo por tu dedo huesudo por tanto viaje y tanta hambre. El baúl viejo con lo poco que pudiste traer y que ahora es todo lo que tienes. La carta estrujada, manchada de tanto leerla… si quizás serán las últimas palabras que lleguen a vos de tus padres. Y su mirada al decir adiós, esa mirada que ahora cargas como una sombra en tu propia mirada. La autorización en medio de tus ropas, de puño y letra de tu padre, para casarte con Juan…. ¿Dónde estará Juan? ¿Podrás encontrarlo en este tumulto? ¿Habrá conseguido trabajo Juan? ¿Un lugar para vivir?
“Señorita, ¿va a descender?” pregunta un hombre, con una mirada tan triste como la tuya desde atrás de un índice que toca levemente tu hombro. Y, como despertando de un sueño, percibes la ola pausada de gente que aguarda para bajar. Desciendes lento, apretando la manija del baúl con una mano y la barandilla con la otra. El mar que inunda tus ojos vuelve ondulados los escalones. Consigues llegar a tierra firme y al tocar el suelo con tus pies sabes que finalmente España ha quedado atrás, lejos, muy lejos. Todo el universo cabe en el hueco profundo de esta soledad. Estás sola.
Pero la voz de tu tierra se hace carne en el susurro tembloroso que te nombra “Teresa?”. Y entonces te entregas, te duermes, te caes, porque sabes que sus brazos te darán sostén y cobijo, y el océano entero desborda en tus ojos, y tu corazón galopante, y tus manos sudorosas, y el temblor en tus piernas…
Juan te abraza. Él también estaba solo. Pero ya no más, ya no más…
Y hoy yo, cien años después y, sin embargo, casi puedo verte. Es como si te viera parada allí, con una vida atrás y otra por delante. Es como si pudiera reconocerte en esa mirada llena de mar cada vez que me miro en el espejo. 

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Las Cartas sobre la Mesa


Podrías darme un poco más de bolilla, te digo, en vez de estar tanto tiempo con el celular. Y lo arrojo así, medio histérica, como quien arroja un reclamo inocuo. Me estás jodiendo, me contestas. Uf, parece que te agarré cruzado. Hay días en los que me pongo rugosa y vos me suavizas con besos, o me sacas del boludeo con alguna broma. Pero hay otras en que vienes más complicado que yo y ahí se pudre todo. Vos debes creer que haces todo bien, por eso te sientes con derecho a reclamar tanto. A esa altura ya se me borró la sonrisa, pero vos sigues. Hablas como si fuera que nunca agarras el teléfono cuando estás conmigo. Ahora me empiezo a indignar. Según vos nunca sé dónde está mi teléfono, pero cuando te conviene sales con que vivo mensajeando mientras estás aquí. Dejá de inventar, te digo, si me pongo a escribir es porque estás al frente y ni me registras. ¿Yo no te registro? Vivo pendiente de vos, siempre abrazándote, besándote y vos, nada. ¿Crees que no me doy cuenta que no tienes ganas de estar conmigo? Si no fuera por mí, nunca pasaría nada entre nosotros, hace meses que no tienes iniciativa. 
Y así, de un solo párrafo, se terminó mi sensación de pareja feliz. Arrojaste todas las cartas juntas en la mesa. Agacho la cabeza como un chico que recibe un sermón. Es que es verdad lo que dices, y yo lo sé, pero mientras no decías nada, mientras no te quejabas, mientras parecías pasarla bien con la poca y nada intimidad que tenemos, yo podía seguir haciéndome la tonta.
De repente me acuerdo de la conversación de Margarita con su hermana, la que leí en la página de Facebook de Marcela Alluz, y que es  un fragmento de su novela “Volverte a ver”, en la que la hermana le dice a Margarita:

Es duro ser madre y trabajar ocho horas por día, lidiar con tareas de los chicos, con la casa, hasta con las malditas mascotas, hacer dieta, caer de vez en cuando en un gimnasio y saber que al menos una noche a la semana tienes que coger con tu marido… No te digo que la paso mal, no, tengo algún que otro orgasmo, pero no sé, no me emociona, no es algo que yo propongo, últimamente prefiero un buen libro y un té…”

Y como para darte la razón al primer reclamo, me doy cuenta de que estoy con la cabeza metida en el celular, leyendo ese texto. Levanto la mirada y me encuentro con la tuya, que me asesina. ¿Ves? Me dices. Te digo que no, que estaba buscando algo para mostrarte. Pienso que estaría bueno que veas que esta falta de deseo no es un problema mío, ni un problema de nosotros solamente, que le pasa a todo el mundo en ciertos momentos. Pero entonces me imagino la conversación en la que te digo que lo leí en un cuento y vos me respondes tan racional y correcto que eso es ficción, y que aun cuando fuera cierto, la mina estaría más justificada que yo por andar todo el día corriendo tras de los hijos, mientras que yo no los tengo. Entonces decidí no decir nada, porque esa respuesta hubiera sido demasiado dolorosa para mí. Vuelvo a pensar en decirte solamente que es algo que le pasa a todo el mundo, no solo a nosotros, y que en realidad es algo mío, de mis hormonas o que se yo, que no tiene nada que ver con vos… pero en realidad no estoy tan segura. Me quedo callada mirando la nada y vos, con una expresión casi feliz por haber tenido la última palabra. Pero ya repartiste las cartas, y yo sé que ahora no queda otra que jugar la partida. 

martes, 8 de noviembre de 2016

Instrucciones para escribir un diario

Para escribir un diario, siga las siguientes instrucciones:



1.- Elija cuidadosamente el elemento con el que se sienta cómodo: puede ser un verdadero diario íntimo, una agenda, un cuaderno, el reverso de una factura de servicios, una libreta de anotaciones o un trozo de papel cualquiera, o también puede hacerlo en una computadora o máquina de escribir.



  • Si se siente creativo, puede escribir en un pizarrón, en la pared o puede hacer grabaciones de voz. 
  • Si aparece una cierta urgencia de escribir en un diario y no tiene ninguno de esos elementos a mano, puede escribir en el aire, haciendo movimientos con sus manos y brazos, puede escribir en la arena, hacer notas mentales o, si siente temor de olvidarse, puede escribir en sus brazos, piernas o en cualquier otra porción de piel que resulte disponible. Las prendas claras también son una buena opción de soporte donde escribir, o las prendas oscuras cuando cuente con una tinta clara, como por ejemplo un corrector o una tiza blanca. 
  • Si nada de esto está a su disposición, seguramente podrá contar al menos con un pañuelo de papel, una servilleta o un pedazo de papel higiénico. 


2.- Arroje lo más lejos posible sus frenos inhibitorios. Para hacerlo puede usar diferentes técnicas, según prefiera. Lo mejor en cualquier caso es asegurarse de que nadie vaya a leer lo que usted escriba, entonces puede valerse de:



  •  un candado para cerrar el diario, 
  • escribir con tinta invisible, 
  • tachar las palabras en la medida en que las escribe (aunque esto le llevará mucho tiempo y probablemente lo desconcentre de lo que quiere decir), 
  • romper las hojas que haya escrito una vez terminado el texto (o eliminar el archivo. Recuerde también eliminarlo de la papelera de reciclaje), 
  • o quemar el papel. 
  • Si lo que escribió resulta demasiado secreto (lo sabrá una vez que lo haya terminado de escribir) puede incluso quemar la computadora. En este caso no será necesario quemar el monitor, el teclado ni el resto de los accesorios, a menos que se trate de una note o netbook... eso si tendrá que ser quemado en su totalidad. 
  • Si ya se decidió por un modo de resguardar o eliminar su texto y aun así no pudo liberarse totalmente de sus frenos inhibitorios, una copa de vino nunca está de más. 


3.- Escriba. No mire el papel (o la pantalla, o el aire o el papel higiénico o lo que haya elegido para escribir), no, solo escriba lo primero que le venga a la mente. Probablemente al principio no tenga sentido y existe la posibilidad de que al final tampoco lo tenga, pero eso no importa, usted escriba. Escriba todas las palabras que vengan a su mente, por ejemplo:



  • escriba lo que siente el dedo gordo de su pie mientras juega con la ojota, 
  • escriba cómo le duele la vista de tanto mirar el blanco de la hoja, 
  • escriba que cree que tiene piojos porque le pica la cabeza y 
  • escriba que no puede dormir de noche y es porque la extraña.                              

Cuando termine habrá un pedazo de usted derramado sobre el papel y un pequeño alivio en el nudo que tenía adentro (en el corazón, en el estómago, en la cabeza, en la garganta...), porque esas cosas que no decimos se van haciendo piedras, entonces es mejor convertirlas en papel. Digo, porque el papel envuelve a la piedra y, en todo caso, si no nos gusta lo que dice el papel, podemos traer una tijera y cortarlo.


4.- Cuando llegue a este punto, lea lo que escribió, sienta el placer de conocerse un poco más a sí mismo.


5.- Vuelva a leer el punto 2 para analizar si está de acuerdo con el sistema que eligió para asegurar o destruir su texto... ¿o ya no quiere hacerlo?

lunes, 7 de noviembre de 2016

A la deriva


Cómo hace la gente que no piensa tanto como vos, me preguntas, cómo hace para resolver los problemas de pareja sin hacer tanta teoría
Yo miro la ruta que apenas se ilumina con las luces de nuestro auto. 
Suspiro. 
No sé, serán como hojas en el viento te digo y me río. 
Algo deben hacer para poder superar estos problemas sin tanto libro y tanta terapia, insistes. Y… no sabemos si hacen terapia o leen libros, los conocemos poco, pero sabemos también que muchos terminan separados o engañándose, o que siguen juntos pero a la deriva hasta que no dan más y se separan. 
Silencio. 
Yo no quiero ir a la deriva con vos, quiero elegir cada paso que damos, quiero que nos elijamos. 
Ahora sos vos el que suspira. 
Tengo la sospecha de que internamente me das la razón y ya con eso me siento satisfecha. 
Sacas la mano del volante y la pones sobre mi rodilla, te amo me dices. Y entonces confirmo mi sospecha, aunque al mismo tiempo me aparece otra que espero no tener que confirmar nunca, y es que si algún día esta vida nos gana todas las batallas y terminamos separados, vas a huir de mí con espanto a vivir otra vida un poco más liviana, sin tanto enredo, sin tanto drama… y un poco más a la deriva. 

sábado, 5 de noviembre de 2016

Extraño tus camisas


Voy tomando tus camisas planchadas que quedaron en la silla y una a una las coloco en la percha. ¿Cuántas camisas deben ir en cada percha? Nunca lo supe realmente. Para mí el ideal sería no más de dos, pero si solo coloco dos no me alcanzan las perchas, ni el ropero. Quizás antes sí, pero ahora somos cuatro llenando los roperos. Aliso bien la tela para que caiga sin arrugas y al acercarme siento ese olor a vos que ningún lavado puede sacar. Una mezcla de perfume y café, de andar apurado y dormir poco, de mucha calle y poca casa, una mezcla de cien amigos, mil conocidos y poco de mí. Es gracioso pero cuando veo, siento y huelo tus camisas me doy cuenta de que las extraño. Como se puede extrañar una camisa me pregunto. Y es que nunca lo había pensado, pero las extraño, las extraño aquí conmigo y con vos, verlas sobre vos, sobre tu cuerpo bañado y perfumado para mí. Me toca, en cambio verlas cansadas, opacadas por el trajinar del día y ya sin vida, cuando la noche cae para dejar ver solo tu cansancio. Las veo, también por supuesto, cuando el día comienza y van inmaculadas sobre tu ser recién amanecido, con toda la energía del día que recién comienza, pero entonces las odio… odio tus camisas a esa hora, porque es cuando más bellas se ven y porque sé que no lo hacen por mí, porque las veo apenas minutos y entonces se van, hasta que están tan cansadas que vuelven  y caen rendidas, con todo ese olor a calle, solo para decir que necesitan descansar. 

Hojas en el Viento


Me doy cuenta de la pesadez de mis párpados, del pelo que me cae sobre la cara y me molesta, de la rigidez de mi cuello, del dolor de cabeza. Miro por la ventana, veo las hojas verdes del árbol agitadas por el viento. Es un árbol grande con hojas pequeñas. Ellas no tienen ninguna voluntad, es el viento el que las mueve. Algunas veces cuando miro ese árbol por la ventana siento deseos de ser una de esas hojas en el viento, pero hoy no. El viento es demasiado agresivo con ellas hoy. Las agita con fuerza. Imagino que no deben poder respirar en medio de toda esa agitación. Algunas incluso caen del árbol. Me pregunto si caen, si el viento las arranca o si simplemente es su voluntad la de irse de ese lugar para ser más libres, como creyendo que, al soltarse del árbol el viento ya no tendrá incidencia en sus vidas. Siento pena por ellas, por todas, por las que están sometidas al viento mientras siguen sujetas al árbol, y por esas que saltaron creyendo liberarse de esas fuerzas que las dominaban. De repente ser una hoja en el viento no parece tan atractivo, y sin embargo… 

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Clímax (sobre el placer de escribir)


La primera vez fue sin querer, sin pensar, sin haberlo buscado. Estaba abocada a alguna lectura que, de algún modo resultó especial. De repente mis sentidos se despertaron, con cada palabra que leía me iba haciendo consciente de mi cuerpo, como si hubieran arrojado sobre mí una lluvia de pequeñas plumas que cosquilleaban sobre cada milímetro de piel que alcanzaban a tocar. Me estremecí. Se estremecieron mis manos, el hueco que se forma por la leve curvatura de mi espalda, la yema de mis dedos, la intersección que forman los glúteos con el hundimiento del sillón sobre el que reposan, los párpados, la parte del paladar sobre la que descansa la lengua, lo cóncavo de la planta de los pies... y así hasta el infinito de lo finito de mi breve humanidad, que ahora parecía abarcarlo todo. 

El murmullo constante de la piel era tan persistente que me invitaba en forma inevitable al movimiento, y no pude menos que sucumbir a él. Mi mente no estaba menos activa, desbordaba ideas, palabras, como un panal dentro del cual se agolpan cientos de abejas. 

Entonces me dejé llevar... arrojé el libro a un costado, posé suavemente los dedos exaltados sobre el teclado y fui dejando que una palabra llevara a la otra, que en ese vaivén constante de pensamientos y emociones fuera drenando un texto capaz de plasmar el éxtasis de aquel momento. 

Con cada palabra escrita el nudo y la opresión de mi pecho se hacía más suave y podía respirar mejor. De vez en cuando se escapaba algún suspiro, y más de una vez el ritmo de la escritura hacía bailar los dedos mientras yo cerraba los ojos y mi cabeza se inclinaba hacia atrás, en una entrega absoluta. Hasta que no pude más, hasta que llegué a lo más alto de la montaña y justo ahí.... puse punto final.