martes, 27 de diciembre de 2016

CUALQUIERA PUEDE ESCRIBIR

Cualquiera puede escribir. Probablemente suene raro, sobre todo cuando generalmente los escritores disfrutan de ese pedestal en que se los ubica por tener “el don de escribir”. 

Quizás no todos nacemos con la habilidad innata, pero sin dudas es una habilidad que se puede adquirir. Y digo que cualquiera puede escribir, del mismo modo que cualquiera puede cantar, o bailar o pintar un cuadro. Escribir es ni más ni menos que una herramienta, un vehículo para sacar afuera lo que se tiene adentro, un modo de explotar, de hacer catarsis. Escribir es un modo de arte, un modo de ser, un modo de sentir. 

Escribir es agarrar eso que tienes adentro y que no sabes dónde poner, y ponerlo sobre el papel. Es darle permiso a eso que te pasa, para que te pase… y para que pase y se vaya. 

Es tomar esas palabras que se golpean dentro de tu mente y de tu corazón y te arman una película, una novela, un drama y hacer con ellas un discurso completo, porque ya no importa que no tengas a quién decírselas, las dices y punto… y capaz ahí afuera incluso haya alguien que las quiera leer. O quizás no quieras que las lea nadie, las escribes para vos, para sacarlas de adentro y que dejen de golpearte y de llenarte de moretones el alma. Porque seamos sinceros, no todo lo que sentimos ni todo lo que pensamos sirve, pero está ahí, lo sabemos, está ahí y nos lo hace saber con nuestros estados emocionales, con nuestras incomodidades, con nuestras frustraciones e insatisfacciones. ¿Qué hacemos con eso? Yo recomiendo que las escribamos, aunque si alguien quiere cantarlo, bailarlo o pintarlo, pienso que es igual de bueno. En definitiva, al hacer con nuestras sombras un arte, dejan de ser sombras y se convierten en algo bello, no solo por el resultado que volcamos sobre el papel (que puede gustar a todos, a muchos o a nadie), sino por haber podido sacarlo de adentro sin provocar ningún daño, y provocándonos un gran placer y una gran liberación a nosotros mismos.

"...al hacer con nuestras sombras un arte, dejan de ser sombras y se convierten en algo bello..." 



Como dije antes: la escritura es una herramienta, un vehículo. La pregunta es ¿Qué quiero escribir? ¿Qué quiero decir? Pero probablemente si vos que estás leyendo nunca te habías planteado la posibilidad (o el derecho) de escribir lo que te pasa, cuando te hagas esta pregunta tu mente se quede en blanco ante la intimidación. Entonces te hago otra pregunta ¿Qué estás sintiendo? ¿Qué tienes atorado en la garganta, en la contractura del cuello, en la boca del estómago, en la rigidez de la espalda, en el dolor de cabeza, en el insomnio…? ¿Qué tienes hecho un nudo que te enmudece, que te satura el corazón? ¿Qué es eso que te hace llorar cuando ves una publicidad de m… que no tiene nada que ver con vos, pero que te lleva a un estado de sensibilidad incontenible? ¿A quién quieres decirle cosas, pero te callas, porque tienes miedo de las consecuencias? ¿O porque crees que no te va a entender? ¿A quién odias? ¿A quién amas? ¿A quién extrañas en secreto? ¿Qué te gustaría que los demás sepan de vos cuando ya no estés?

No sé si me hago entender, pero la idea es que TODOS tenemos algo que decir, TODOS PODEMOS ESCRIBIR, y absolutamente TODO SE PUEDE ESCRIBIR, porque siempre está pasando algo, y ese “algo” siempre es importante para esa persona a la cual le está pasando (y para otros tantos que ni siquiera tienen idea de cómo decirlo).

Cómo empecé a escribir yo


A mí esto de escribir me surgió temprano, alrededor de los once años. Mi maestra de sexto grado (la señorita Polido <3 ) me propuso escribir una poesía para un concurso literario del Club de los Abuelos, y yo no dudé ni un segundo en encerrarme en mi pieza, con el Adagio de fondo, y en empezar a llorar hasta llegar a ese nudo que me recordaba a mi abuelo. Cuando lo encontré, salió la poesía… y gané el concurso. Sabía que para escribir necesitaba conectarme, y esa música que para música fue mi medio para transportarme a la tristeza que representaba la ausencia de mi abuelo. 

Desde ese día escribí todo, sobre todo lo que me pasaba. Escribo para pensar, para ordenar los pensamientos, para entender lo que me pasa, para contar algo que me maravilla o que me tortura o que me duele o que simplemente pasó por mi imaginación.

Por mucho tiempo me sentí extraña. Sobre todo cuando mis historias atraían tanto la atención de los profesores y llamaban a mi mamá para contarle, preocupados, que quizás yo tenía algún problema psicológico o alguna tendencia suicida. Sí, me sentía un bicho raro.

La verdad es que escribía para mí misma, para sacar esas cosas medio insanas que a veces aparecen durante la adolescencia, propias de la búsqueda de identidad.

Luego me sumergí en otro pozo: el de la maternidad, y otra vez me encontré con las sombras y con la necesidad de sacar afuera todo eso que me inundaba. Pero esta vez Internet fue mi cómplice, porque empecé a escribir en un blog y entonces supe, por primera vez, que no era un bicho raro ni un patito feo, solo estaba nadando fuera del estanque. Lo supe cuando empecé a recibir hermosas cantidades de comentarios y mensajes de otras mujeres que pensaban, sentían, sufrían, vibraban, amaban y se cansaban como yo. Por supuesto que no fueron todas, que no todas las mujeres vivieron del mismo modo el embarazo, el parto ni el puerperio, porque no somos todas iguales, pero sí somos muchas, y la Internet me sirvió para encontrarme con esas esencias similares a la mía. Cualquiera que tenga un grupo de amigos sabe lo bien que se siente saberse aceptado, y eso me pasó a mí. Cuando me dijeron, algunas veces, que se sentían identificadas con lo que yo contaba, que les pasaba lo mismo pero no sabían cómo decirlo, me sentí feliz de poder darle voz a otras personas que pasaban por lo mismo y que, aun cuando no pudieran expresarlo, podrían leerlo y quizás usar mis palabras para explicarles a otro lo que estaba pasando en su mundo.

Sin darme cuenta había dado un gran paso: había salido del lugar en que pedía cosas al mundo, en que me preguntaba “¿Qué puedo obtener yo con esto de escribir?” a un lugar más hermoso, en donde todo fluye y puedo ver la fuente inagotable de donde brotan las
palabras, el lugar en donde me empecé a preguntar “¿Qué puedo dar de esto que tengo? ¿A quién puedo ayudar con esta habilidad?”. Y entonces continué escribiendo.

Pronto me encontré preguntándome qué quiero decir, a quién quiero decírselo, cuál es mi mensaje. Porque sin algo que decir, sin un mensaje, la escritura es una herramienta que no sirve para nada, un vehículo que no me lleva a ningún lugar.

Recibí también otros comentarios de personas que me dijeron cosas como “a mí me gustaría poder contar tal cosa”, o “pensé en escribir mi propia historia”, “me encantaría contar mi vida en una novela”, “dejar mi historia a mis hijos”, “escribir mi biografía”, “escribir mis memorias”, “nuestra historia de amor”, “el nacimiento de nuestros hijos”, “todo lo que me enseñó mi padre”… ¡y tanto, tanto más! Mientras tanto a mí solo se me estrujaba el corazón por sentir que no podía ayudarlos, hasta que un día pensé ¿Por qué no?

Entonces lo supe: YO LOS PUEDO AYUDAR. Durante toda mi vida, desde esos (no tan) lejanos once años, desarrollé técnicas y herramientas para escribir, para escribirme a mí misma, para escribir y reescribir mi historia, para convertir el dolor en una pequeña pieza de arte que, aunque más no fuera, sirviera para aliviarme y darme calma. Yo sé cómo se hace y estoy segura de que se puede enseñar.

Mi idea no es la de enseñar a escribir con tremendo estilo literario, ni ayudar a que te conviertas en Borges o en Cortázar, porque tampoco sabría cómo hacerlo yo misma. Simplemente TE PUEDO AYUDAR A ENCONTRAR LA VÍA PARA CONECTAR TUS EMOCIONES CON TUS PALABRAS, Y VOLCARTE ENTERO SOBRE EL PAPEL. Puedo guiarte con mis técnicas y mis ejercicios personales, con esos que me sirvieron en la adolescencia, y con otros que fui descubriendo e incorporando a la vez que crecía y seguía aprendiendo y estudiando, y que ahora incluyen una que otra herramienta de Coaching, Inteligencia Emocional, Programación Neurolingüística y Géstalt.

Puedo ayudar a que te conectes con vos mismo, con tus partes excluidas, con tus sombras, con tus sueños, con tus ganas, con tus miedos, a que te atrevas a decirte eso que suena en tus zonas oscuras, a que te permitas ser lo que quieres ser, lo que ya sos pero parece no encajar en el mundo que te construiste, a sacarte esa sensación de estar sobrepasado por la vida, por la rutina, por las obligaciones, por los mandatos sociales y familiares, por las cosas pendientes.

Y una vez que tengas todo escupido, vomitado, llorado o reído sobre el papel, podemos armar con eso un castillo, una nube, un puente o una tormenta… lo que mejor salga con esas piezas de rompecabezas que había en vos.

De todo eso surge hoy mi idea de ofrecerte mi ser, mi historia, mi habilidad, mi experiencia, mis búsquedas y mis encuentros, mis estudios y mis aprendizajes, y poner todo a tu servicio, para que vos elijas el modo que mejor vaya con vos, con el que más cómodo te sientas.

Podemos hacer un taller de escritura catártica, y entonces te daré mis herramientas para que aprendas, con ellas, a hurgarte a vos mismo y a sacar lo mejor y lo peor de vos sobre el papel.

O puedes sacarlo vos solo, si es que ya estás acostumbrado a escribir tus emociones pero tienes dudas sobre cuestiones formales de la escritura, y entonces yo te ayudo a encauzarte en esa parte del camino, con las cuestiones técnicas de construcción del texto.

Solo quiero que te quede claro que no necesitas tener ningún conocimiento previo (más que el saber leer y escribir) para que esta propuesta se adapte a vos. Solo es necesario que tengas algo adentro que quiere salir, pero no sabes cómo, ni por qué, ni para qué, que tengas pensamientos, emociones, sensaciones, conflictos, crisis, miedos, deseos, sueños, preguntas, que sientas amor, odio, cansancio, miedo, enojo, angustia, tristeza…

¿Te imaginas poder decir que te sientes triste, sin decir que te sientes triste? Yo no, no puedo decir la palabra tristeza desde que no estás. Ni esa, ni ninguna otra palabra. En realidad no puedo hablar, no quiero. Tengo miedo que al hacerlo, mi respiración se robe para siempre el último hilo de tu perfume que quedó dando vueltas en el aire y en la funda de la almohada. Por eso no abro las puertas ni las ventanas, no vaya a ser que el viento…

Mónica

lunes, 5 de diciembre de 2016

Herramientas de Coaching para hacer tu Balance Personal de Fin de Año


Empezar un nuevo año sin hacer un balance es como ir al súper sin llevar una lista de compras. ¿Se puede hacer? Claro! pero probablemente terminemos comprando cosas que no necesitamos y olvidándonos de algo que teníamos que comprar. 

Lo mismo pasa con el balance: si no lo hacemos nuestros pensamientos quedan a la deriva, desordenados, provocando sensaciones y emociones que a veces nos perjudican. Por eso es importante hacer un buen balance que nos permita terminar un ciclo, evaluar nuestras acciones, nuestros logros, valorar aquéllo que obtuvimos, dar gracias por nuestras bendiciones, dejar ir lo que ya no queremos en nuestra vida, enumerar aquéllas cosas que queremos conseguir, PROGRAMARNOS para ser y hacer aquéllo que queremos. 


Por eso quiero REGALARLTE esta GUÍA CON HERRAMIENTAS DE COACHING PARA HACER TU PROPIO BALANCE PERSONAL. 


Solo tienes que pedirlo, y te lo envío. Es TUYO, no tienes que darme nada a cambio (a menos que quieras contarme cómo te resultó, si te fue de ayuda, pero nada más que eso).
 
Si quieres hacer tu balance con estas herramientas, solo tienes que suscribirte al blog, para recibir la guía directamente en tu correo electrónico.

Te invito a pasar por la página de Facebook para seguir recibiendo en contacto: 



sábado, 3 de diciembre de 2016

Sobre la pobreza de los Curriculum


Mi curriculum dirá "escribana". Y nada más. 

No dirá que algunos meses antes me había inscripto para empezar a estudiar Literatura, pensando en tener un trabajo que no sea tan incompatible con escribir, pero que a medida que pasaba el tiempo me hacía más consciente de lo difícil que me iba a resultar dejar cada tarde, durante tantas horas a mi bebé chiquito, que ya se empezaba a hacer notar con sus patadas dentro de mi vientre. Tampoco dirá que Dante se había comprometido a apoyarme y a dedicar sus tardes a andar entre mamaderas y pañales para que yo salga a buscar mi modo de ser feliz. 

Mi curriculum tampoco dirá que habiendo empezado a correr abril, la idea de no hacer nada empezó a pesarme, ni que un jueves por la noche, mientras él había ido a una reunión de amigos, empecé a buscar en Internet alguna alternativa de estudio que pudiera hacer a distancia. No había posibilidad de Literatura, ni de Psicología... Apareció, en cambio, Escribanía y pensé que quizás, solo quizás, la posibilidad de ejercerla aliviaría mis deseos de escapar de tanto conflicto que me representa el Derecho. Mientras tanto podría estudiar en casa, con mis hijos. Le mandé un mensaje y me contestó algo así como "sos una loca linda" y "mañana lo hablamos, pero sí, dale para adelante". Y a la mañana lo hablamos...y le dí para adelante. 

Tampoco dirá que esa misma tarde fuimos todos: él, Vicky, Valentino en la panza y yo a la Universidad a inscribirme, ni que él intentaba mantenerla tranquila a Vicky, que saltaba de silla en silla mientras yo llenaba los formularios, pudiendo apenas respirar porque Valen ya ocupaba todos los espacios. 

No habrá ni una referencia a los dos parciales que tuve que recuperar, porque en esa fecha nacía Valen, ni sobre la felicidad que había en nuestra casa, ni sobre lo poco que en ese momento me importaban los parciales. 

Tampoco podrá nadie saber, al leer mi curriculum, sobre los días en que me levantaba bien temprano, antes que amanezca, para poder estudiar mientras todos dormían, porque era el único momento de silencio; ni sobre los otros días en los que tuve que estudiar con Disney Junior a todo volúmen y Valen colgado de la teta, interrumpiendo la lectura para preparar chocolatadas, ir al pediatra, cambiar pañales o buscarla a Vicky del jardín. 


Nadie tendrá ni la mínima sospecha, cuando lo lea, de los aguantes que Dante me hizo, de las veces que se quedó en casa para que yo pudiera ir a rendir, las que preparó la comida o aguantó mis caras de cansancio por la noche, de las reuniones que tuvo que postergar, ni de las que tuvo que hacer en casa con Valentino a upa y Vicky saltando en los sillones. 


No habrá ni un punto en el que diga que alguna vez tuve que ir a rendir con Valen colgado en el fular porque no había tenido tiempo de sacarme leche, ni de lo mucho que adoraba distraer mi mirada de los apuntes para verlo dormir a mi lado.

Y estoy segura que no habrá ni indicios del día que, faltando solamente dos materias para terminar, Dante me vio con los ojos hinchados de tanto llorar y me preguntó qué me pasaba, solo para descubrir que "no se si quiero hacer esto el resto de mi vida". Y justo cuando esperaba la peor de sus reacciones, encontré en cambio esos ojos buenos que yo ya conocía, un abrazo y un montón de palabras dándome permiso para ser yo misma, más un plus de "vamos todos a besarla a la mamá", y los rulos de Vicky, y los besos babosos de Valen... 

Por eso el día de hoy, para mí es el símbolo de un montón de cosas buenas, aunque no se si tienen tanto que ver con haber terminado la carrera de Escribanía. Simbolizan ante todo que pude cumplir mi proyecto de hacer algo productivo para mí misma durante este año en que había decidido quedarme en casa a ser mamá, simbolizan la presencia de un compañero que me ama con todas mis confusiones a cuestas, sin sujetarme a un modelo de quién debería ser para él, simbolizan otro paso más en mis tantas búsquedas de encontrarme a mí misma. 

Y después de todo eso no puedo dejar de pensar en lo pobre que se verá mi curriculum al decir "escribana", porque afuera habrá quedado lo más importante. 





lunes, 14 de noviembre de 2016

Tiempo de ordenar



Todos tenemos una habitación del desorden, ahí es a donde van a parar todas las cosas que no sabemos en dónde van, las cosas rotas que nos prometemos arreglar algún día, los papeles que no corresponden a ninguna categoría, las cosas que ya no usamos, las que no nos gustan más, las que nos gustan pero ya no nos quedan…
Todos tenemos una habitación del desorden dentro de nosotros mismos, ahí es a donde van a parar las lágrimas que no nos atrevimos a llorar, las palabras que no dijimos, los sueños rotos, las metas inconclusas, los sueños que tuvimos y no pudimos cumplir, las buenas intenciones que nunca concretamos en hechos, los proyectos pendientes…
Probablemente pasaste más de una vez por esa habitación del desorden y no te animaste a más que a mirar de reojo. Pero ¿sabes qué? Es tiempo de ordenar.
·        Si alguna vez te sorprendiste preguntándote qué estás haciendo con tu vida
·        Si explotaste en una reacción que se escapó de tus manos y heriste a alguien
·        Si sientes que tienes un nudo en la garganta con todas las cosas que quisieras decir y no puedes, porque no sabes cómo
·        Si la persona que sos no se lleva bien con el niño que fuiste
·        Si lo que soñaste ser quedó olvidado al fondo de algún cajón
·        Si todo lo que podrías llegar a sentir queda reducido siempre a la ira, al enojo
·        Si gastas más energía en condenar lo que detestas que en promover lo que amas
·        Si tienes demasiadas cosas que decir de los demás
·        Si tu ojo está demasiado cómodo buscando los defectos de la vida, de la gente, de las elecciones ajenas…
·        Si te faltan ganas de despertar por las mañanas
·        Si sientes que tu vida está hecha de puras obligaciones y sacrificios
·        Si sientes que tus heridas del pasado no terminan de sanar…
Si te pasa alguna de esas cosas, es tiempo de ordenar.
Y entiendo que dudes, entiendo que sientas que no quieres hacerlo, que no tienes fuerzas. Entiendo incluso que te mientas que no necesitas ordenar, que tu desorden te sirve, que así vives bien. Lo entiendo, porque muchas veces entrar en esa habitación implica encontrarse con objetos, historias, personas, vivencias que creíamos haber olvidado, y recordar aquello que tanto nos costó olvidar.

Pero así como en una habitación desordenada, llegará el momento en el que puedas encontrar un lugar para cada categoría, y luego cada cosa irá encontrando el propio con mucha más facilidad.
Mientras te encuentres ordenando seguramente pasarán muchas personas y se quedarán mirando. Algunas te dirán que tu vida es un desastre… ¿Cómo no decirlo cuando tienen todo tu desorden ante sus ojos? Sin embargo no te espantes, probablemente esa persona tiene un desorden aun mayor (no te olvides que todos lo tenemos) y que ni siquiera lo sabe o no se atreve a empezar la tarea.
Pasarán otros que te darán aliento o te acompañarán en silencio. Esos seguramente ya están en un proceso de ordenar su interior y comprenden lo que estás pasando.
No voy a mentirte. El proceso no dura un día. Serán semanas, meses, quizás hasta años. Todo depende del compromiso con el que enfrentes el desafío y del tiempo que hayas pasado acumulando cosas en esa habitación del caos.
Sin embargo un día todo estará en su lugar. Podrás ver claramente el suelo sobre el que apoyas tus pies, las emociones estarán bien ordenadas en un estante, los pensamientos en otro, y así todo: las metas cumplidas, los sueños que te impulsan, las metas que aún restan cumplir, los recursos con los que cuentas, las heridas que aún no sanan, aquéllas que ya sanaron, los disfraces que alguna vez usaste para hacer feliz a alguien más y que ya no te quedan…

Si te preguntas cómo sabrás cuando el proceso haya terminado, es fácil: ese día te encontrarás con tu verdadero yo… y simplemente lo sabrás. 

Reflejo de ayer


Casi puedo verte parada allí, a punto de descender de ese gran barco, después de casi un mes sin tocar tierra firme. Es extraño verte así, a través del tiempo. Siempre creí que el único tiempo y el único espacio posibles eran estos que me tocan vivir hoy a mí, el presente, mi propia época, mis propias circunstancias. Como si todo tiempo pasado fuera insignificante, como si el sentir de quienes ya no están nunca hubiese existido, como si no hubiesen sido reales por pertenecer al pasado. Será esa indiferencia, esa ignorancia quizás uno de los privilegios de la juventud, de la inmadurez, del ego exaltado. Sin embargo hoy casi puedo verte y eso me hace pensar que mi juventud me ha abandonado. Estar parada en la mitad de la propia vida te da, inevitablemente, otra perspectiva, te achica el punto de fuga y te amplia el horizonte. De algún modo se vuelven visibles otros sitios, otros tiempos. Pasado, presente y futuro son ahora continuos, dejan de ser un cumulo de fotos viejas de años muertos o esperanzas utópicas sobre lo desconocido.
Y es así que hoy, irremediablemente, casi puedo verte, así de simple, como si te tuviera al frente, como si fuera yo uno de los miles que descendieron de ese barco. Como si se tratara de un cuadro expuesto ante mis ojos, o, más que un cuadro, una película que pasa en cámara lenta, te veo dudando, temiendo, temblando. Te veo con los ojos aguados y mordidos para no llorar. Te veo andrajosa, intentando disimular las arrugas del vestido y los eternos días sin poder sentir el agua sobre tu cuerpo. Las uñas astilladas por la espera. Las hilachas de tu pelo cayendo sobre tu frente y tus dedos intentando volverlas a su lugar. El anillo de tu madre cayendo por tu dedo huesudo por tanto viaje y tanta hambre. El baúl viejo con lo poco que pudiste traer y que ahora es todo lo que tienes. La carta estrujada, manchada de tanto leerla… si quizás serán las últimas palabras que lleguen a vos de tus padres. Y su mirada al decir adiós, esa mirada que ahora cargas como una sombra en tu propia mirada. La autorización en medio de tus ropas, de puño y letra de tu padre, para casarte con Juan…. ¿Dónde estará Juan? ¿Podrás encontrarlo en este tumulto? ¿Habrá conseguido trabajo Juan? ¿Un lugar para vivir?
“Señorita, ¿va a descender?” pregunta un hombre, con una mirada tan triste como la tuya desde atrás de un índice que toca levemente tu hombro. Y, como despertando de un sueño, percibes la ola pausada de gente que aguarda para bajar. Desciendes lento, apretando la manija del baúl con una mano y la barandilla con la otra. El mar que inunda tus ojos vuelve ondulados los escalones. Consigues llegar a tierra firme y al tocar el suelo con tus pies sabes que finalmente España ha quedado atrás, lejos, muy lejos. Todo el universo cabe en el hueco profundo de esta soledad. Estás sola.
Pero la voz de tu tierra se hace carne en el susurro tembloroso que te nombra “Teresa?”. Y entonces te entregas, te duermes, te caes, porque sabes que sus brazos te darán sostén y cobijo, y el océano entero desborda en tus ojos, y tu corazón galopante, y tus manos sudorosas, y el temblor en tus piernas…
Juan te abraza. Él también estaba solo. Pero ya no más, ya no más…
Y hoy yo, cien años después y, sin embargo, casi puedo verte. Es como si te viera parada allí, con una vida atrás y otra por delante. Es como si pudiera reconocerte en esa mirada llena de mar cada vez que me miro en el espejo. 

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Las Cartas sobre la Mesa


Podrías darme un poco más de bolilla, te digo, en vez de estar tanto tiempo con el celular. Y lo arrojo así, medio histérica, como quien arroja un reclamo inocuo. Me estás jodiendo, me contestas. Uf, parece que te agarré cruzado. Hay días en los que me pongo rugosa y vos me suavizas con besos, o me sacas del boludeo con alguna broma. Pero hay otras en que vienes más complicado que yo y ahí se pudre todo. Vos debes creer que haces todo bien, por eso te sientes con derecho a reclamar tanto. A esa altura ya se me borró la sonrisa, pero vos sigues. Hablas como si fuera que nunca agarras el teléfono cuando estás conmigo. Ahora me empiezo a indignar. Según vos nunca sé dónde está mi teléfono, pero cuando te conviene sales con que vivo mensajeando mientras estás aquí. Dejá de inventar, te digo, si me pongo a escribir es porque estás al frente y ni me registras. ¿Yo no te registro? Vivo pendiente de vos, siempre abrazándote, besándote y vos, nada. ¿Crees que no me doy cuenta que no tienes ganas de estar conmigo? Si no fuera por mí, nunca pasaría nada entre nosotros, hace meses que no tienes iniciativa. 
Y así, de un solo párrafo, se terminó mi sensación de pareja feliz. Arrojaste todas las cartas juntas en la mesa. Agacho la cabeza como un chico que recibe un sermón. Es que es verdad lo que dices, y yo lo sé, pero mientras no decías nada, mientras no te quejabas, mientras parecías pasarla bien con la poca y nada intimidad que tenemos, yo podía seguir haciéndome la tonta.
De repente me acuerdo de la conversación de Margarita con su hermana, la que leí en la página de Facebook de Marcela Alluz, y que es  un fragmento de su novela “Volverte a ver”, en la que la hermana le dice a Margarita:

Es duro ser madre y trabajar ocho horas por día, lidiar con tareas de los chicos, con la casa, hasta con las malditas mascotas, hacer dieta, caer de vez en cuando en un gimnasio y saber que al menos una noche a la semana tienes que coger con tu marido… No te digo que la paso mal, no, tengo algún que otro orgasmo, pero no sé, no me emociona, no es algo que yo propongo, últimamente prefiero un buen libro y un té…”

Y como para darte la razón al primer reclamo, me doy cuenta de que estoy con la cabeza metida en el celular, leyendo ese texto. Levanto la mirada y me encuentro con la tuya, que me asesina. ¿Ves? Me dices. Te digo que no, que estaba buscando algo para mostrarte. Pienso que estaría bueno que veas que esta falta de deseo no es un problema mío, ni un problema de nosotros solamente, que le pasa a todo el mundo en ciertos momentos. Pero entonces me imagino la conversación en la que te digo que lo leí en un cuento y vos me respondes tan racional y correcto que eso es ficción, y que aun cuando fuera cierto, la mina estaría más justificada que yo por andar todo el día corriendo tras de los hijos, mientras que yo no los tengo. Entonces decidí no decir nada, porque esa respuesta hubiera sido demasiado dolorosa para mí. Vuelvo a pensar en decirte solamente que es algo que le pasa a todo el mundo, no solo a nosotros, y que en realidad es algo mío, de mis hormonas o que se yo, que no tiene nada que ver con vos… pero en realidad no estoy tan segura. Me quedo callada mirando la nada y vos, con una expresión casi feliz por haber tenido la última palabra. Pero ya repartiste las cartas, y yo sé que ahora no queda otra que jugar la partida. 

martes, 8 de noviembre de 2016

Instrucciones para escribir un diario

Para escribir un diario, siga las siguientes instrucciones:



1.- Elija cuidadosamente el elemento con el que se sienta cómodo: puede ser un verdadero diario íntimo, una agenda, un cuaderno, el reverso de una factura de servicios, una libreta de anotaciones o un trozo de papel cualquiera, o también puede hacerlo en una computadora o máquina de escribir.



  • Si se siente creativo, puede escribir en un pizarrón, en la pared o puede hacer grabaciones de voz. 
  • Si aparece una cierta urgencia de escribir en un diario y no tiene ninguno de esos elementos a mano, puede escribir en el aire, haciendo movimientos con sus manos y brazos, puede escribir en la arena, hacer notas mentales o, si siente temor de olvidarse, puede escribir en sus brazos, piernas o en cualquier otra porción de piel que resulte disponible. Las prendas claras también son una buena opción de soporte donde escribir, o las prendas oscuras cuando cuente con una tinta clara, como por ejemplo un corrector o una tiza blanca. 
  • Si nada de esto está a su disposición, seguramente podrá contar al menos con un pañuelo de papel, una servilleta o un pedazo de papel higiénico. 


2.- Arroje lo más lejos posible sus frenos inhibitorios. Para hacerlo puede usar diferentes técnicas, según prefiera. Lo mejor en cualquier caso es asegurarse de que nadie vaya a leer lo que usted escriba, entonces puede valerse de:



  •  un candado para cerrar el diario, 
  • escribir con tinta invisible, 
  • tachar las palabras en la medida en que las escribe (aunque esto le llevará mucho tiempo y probablemente lo desconcentre de lo que quiere decir), 
  • romper las hojas que haya escrito una vez terminado el texto (o eliminar el archivo. Recuerde también eliminarlo de la papelera de reciclaje), 
  • o quemar el papel. 
  • Si lo que escribió resulta demasiado secreto (lo sabrá una vez que lo haya terminado de escribir) puede incluso quemar la computadora. En este caso no será necesario quemar el monitor, el teclado ni el resto de los accesorios, a menos que se trate de una note o netbook... eso si tendrá que ser quemado en su totalidad. 
  • Si ya se decidió por un modo de resguardar o eliminar su texto y aun así no pudo liberarse totalmente de sus frenos inhibitorios, una copa de vino nunca está de más. 


3.- Escriba. No mire el papel (o la pantalla, o el aire o el papel higiénico o lo que haya elegido para escribir), no, solo escriba lo primero que le venga a la mente. Probablemente al principio no tenga sentido y existe la posibilidad de que al final tampoco lo tenga, pero eso no importa, usted escriba. Escriba todas las palabras que vengan a su mente, por ejemplo:



  • escriba lo que siente el dedo gordo de su pie mientras juega con la ojota, 
  • escriba cómo le duele la vista de tanto mirar el blanco de la hoja, 
  • escriba que cree que tiene piojos porque le pica la cabeza y 
  • escriba que no puede dormir de noche y es porque la extraña.                              

Cuando termine habrá un pedazo de usted derramado sobre el papel y un pequeño alivio en el nudo que tenía adentro (en el corazón, en el estómago, en la cabeza, en la garganta...), porque esas cosas que no decimos se van haciendo piedras, entonces es mejor convertirlas en papel. Digo, porque el papel envuelve a la piedra y, en todo caso, si no nos gusta lo que dice el papel, podemos traer una tijera y cortarlo.


4.- Cuando llegue a este punto, lea lo que escribió, sienta el placer de conocerse un poco más a sí mismo.


5.- Vuelva a leer el punto 2 para analizar si está de acuerdo con el sistema que eligió para asegurar o destruir su texto... ¿o ya no quiere hacerlo?

lunes, 7 de noviembre de 2016

A la deriva


Cómo hace la gente que no piensa tanto como vos, me preguntas, cómo hace para resolver los problemas de pareja sin hacer tanta teoría
Yo miro la ruta que apenas se ilumina con las luces de nuestro auto. 
Suspiro. 
No sé, serán como hojas en el viento te digo y me río. 
Algo deben hacer para poder superar estos problemas sin tanto libro y tanta terapia, insistes. Y… no sabemos si hacen terapia o leen libros, los conocemos poco, pero sabemos también que muchos terminan separados o engañándose, o que siguen juntos pero a la deriva hasta que no dan más y se separan. 
Silencio. 
Yo no quiero ir a la deriva con vos, quiero elegir cada paso que damos, quiero que nos elijamos. 
Ahora sos vos el que suspira. 
Tengo la sospecha de que internamente me das la razón y ya con eso me siento satisfecha. 
Sacas la mano del volante y la pones sobre mi rodilla, te amo me dices. Y entonces confirmo mi sospecha, aunque al mismo tiempo me aparece otra que espero no tener que confirmar nunca, y es que si algún día esta vida nos gana todas las batallas y terminamos separados, vas a huir de mí con espanto a vivir otra vida un poco más liviana, sin tanto enredo, sin tanto drama… y un poco más a la deriva. 

sábado, 5 de noviembre de 2016

Extraño tus camisas


Voy tomando tus camisas planchadas que quedaron en la silla y una a una las coloco en la percha. ¿Cuántas camisas deben ir en cada percha? Nunca lo supe realmente. Para mí el ideal sería no más de dos, pero si solo coloco dos no me alcanzan las perchas, ni el ropero. Quizás antes sí, pero ahora somos cuatro llenando los roperos. Aliso bien la tela para que caiga sin arrugas y al acercarme siento ese olor a vos que ningún lavado puede sacar. Una mezcla de perfume y café, de andar apurado y dormir poco, de mucha calle y poca casa, una mezcla de cien amigos, mil conocidos y poco de mí. Es gracioso pero cuando veo, siento y huelo tus camisas me doy cuenta de que las extraño. Como se puede extrañar una camisa me pregunto. Y es que nunca lo había pensado, pero las extraño, las extraño aquí conmigo y con vos, verlas sobre vos, sobre tu cuerpo bañado y perfumado para mí. Me toca, en cambio verlas cansadas, opacadas por el trajinar del día y ya sin vida, cuando la noche cae para dejar ver solo tu cansancio. Las veo, también por supuesto, cuando el día comienza y van inmaculadas sobre tu ser recién amanecido, con toda la energía del día que recién comienza, pero entonces las odio… odio tus camisas a esa hora, porque es cuando más bellas se ven y porque sé que no lo hacen por mí, porque las veo apenas minutos y entonces se van, hasta que están tan cansadas que vuelven  y caen rendidas, con todo ese olor a calle, solo para decir que necesitan descansar. 

Hojas en el Viento


Me doy cuenta de la pesadez de mis párpados, del pelo que me cae sobre la cara y me molesta, de la rigidez de mi cuello, del dolor de cabeza. Miro por la ventana, veo las hojas verdes del árbol agitadas por el viento. Es un árbol grande con hojas pequeñas. Ellas no tienen ninguna voluntad, es el viento el que las mueve. Algunas veces cuando miro ese árbol por la ventana siento deseos de ser una de esas hojas en el viento, pero hoy no. El viento es demasiado agresivo con ellas hoy. Las agita con fuerza. Imagino que no deben poder respirar en medio de toda esa agitación. Algunas incluso caen del árbol. Me pregunto si caen, si el viento las arranca o si simplemente es su voluntad la de irse de ese lugar para ser más libres, como creyendo que, al soltarse del árbol el viento ya no tendrá incidencia en sus vidas. Siento pena por ellas, por todas, por las que están sometidas al viento mientras siguen sujetas al árbol, y por esas que saltaron creyendo liberarse de esas fuerzas que las dominaban. De repente ser una hoja en el viento no parece tan atractivo, y sin embargo… 

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Clímax (sobre el placer de escribir)


La primera vez fue sin querer, sin pensar, sin haberlo buscado. Estaba abocada a alguna lectura que, de algún modo resultó especial. De repente mis sentidos se despertaron, con cada palabra que leía me iba haciendo consciente de mi cuerpo, como si hubieran arrojado sobre mí una lluvia de pequeñas plumas que cosquilleaban sobre cada milímetro de piel que alcanzaban a tocar. Me estremecí. Se estremecieron mis manos, el hueco que se forma por la leve curvatura de mi espalda, la yema de mis dedos, la intersección que forman los glúteos con el hundimiento del sillón sobre el que reposan, los párpados, la parte del paladar sobre la que descansa la lengua, lo cóncavo de la planta de los pies... y así hasta el infinito de lo finito de mi breve humanidad, que ahora parecía abarcarlo todo. 

El murmullo constante de la piel era tan persistente que me invitaba en forma inevitable al movimiento, y no pude menos que sucumbir a él. Mi mente no estaba menos activa, desbordaba ideas, palabras, como un panal dentro del cual se agolpan cientos de abejas. 

Entonces me dejé llevar... arrojé el libro a un costado, posé suavemente los dedos exaltados sobre el teclado y fui dejando que una palabra llevara a la otra, que en ese vaivén constante de pensamientos y emociones fuera drenando un texto capaz de plasmar el éxtasis de aquel momento. 

Con cada palabra escrita el nudo y la opresión de mi pecho se hacía más suave y podía respirar mejor. De vez en cuando se escapaba algún suspiro, y más de una vez el ritmo de la escritura hacía bailar los dedos mientras yo cerraba los ojos y mi cabeza se inclinaba hacia atrás, en una entrega absoluta. Hasta que no pude más, hasta que llegué a lo más alto de la montaña y justo ahí.... puse punto final. 

lunes, 3 de octubre de 2016

El ruido del silencio

Las cosas que no se dicen, no se callan. 

No hay nada de silencioso en esas cosas que nos guardamos labios adentro. Al contrario, son esas cosas que no decimos las que quedan pululando, se convierten en un millón de abejas ensordeciendo la mente y el corazón, golpeándose contra las paredes de lo que ahora parece un cuerpo vacío, solo habitado por el murmullo constante de sus aleteos. 

Las cosas que no se dicen se vuelven un ruido insoportable y clandestino. 

Por eso TE AMO debe ser TE AMO. 

Y por eso mismo YA NO TE AMO debe ser eso… 

y ADIÓS.

jueves, 18 de agosto de 2016

Yo no quiero ser un hombre

Querido Quien Seas: 

Yo no quiero ser un hombre, no quiero parecer un hombre ni tener que compararme con un hombre para definirme. No quiero ser "lo otro" frente al hombre, como si ser hombre fuera lo principal y ser mujer, lo secundario o subsidiario. 

Tampoco quiero imitar al hombre para que el sistema jurídico me equipare en derechos. 

No quiero pedir perdón por mi útero ni por mi potencialidad creadora. Si al hombre le intimida mi capacidad de dar vida, allá él. De todas formas no comprendo que lo viva así, cuando es sabido que su esperma es tan necesario como mi óvulo, porque no hay vida posible que surja de dos espermatozoides que se encuentran, ni de dos óvulos que se junten. 

No quiero pedir perdón por mis hormonas femeninas, porque él no lo hace por sus masculinas. Y si las mías me hacen llorar un poco más o ser un poco más emocional, también me dan la posibilidad de concebir y gestar un hijo, que es también hijo de la humanidad. Sin mi útero y mis hormonas la humanidad acabaría en la próxima generación. 

No quiero pedir perdón por mis tetas, menos cuando están siendo usadas para alimentar a mi cría. No quiero esconderme para dar teta, ni colgarlas dentro del corpiño para que las grandes farmacéuticas se llenen los bolsillos vendiendo fórmula, mientras me convencen de que mi leche es mala o poca, o de que "es lo mismo", mientras me llenan los oídos de discursos machistas para que "recupere mi libertad", cuando en realidad lo que quieren es achatarme en aquéllo que me hace diferente y, por qué no, hasta un poco mejor que los hombres. 

No quiero disculparme por pasar nueve meses gestando, ni porque ese esfuerzo de mi alma, de mi cuerpo y de mi mente me vuelva un poco lenta o me complique seguir haciendo lo de siempre. Porque en última instancia estoy creando un ser humano, y creo fervientemente que ante eso toda la sociedad debería colaborar a mi acto de creación con la que luego ella será beneficiada. 


No quiero pedir perdón por mi embarazo, por mi parto ni por mi puerperio. No quiero que me veas débil por querer quedarme dos meses o dos años cuidando a mi cría, porque trabajar, trabaja cualquiera, pero ¿quién le da teta? ¿quién le da el cuerpo? ¿quién pone sobre el niño todo su estado de alerta para contribuir a su desarrollo sano a nivel físico, neurológico, mental y emocional? Y si yo acepto mi naturaleza femenina, mi deseo de empollar, puedo aceptar que durante esos dos meses o esos dos años seas vos quien salga a trabajar y nos proveas, y puedo ver tu trabajo con respeto, porque vos, hombre, estás permitiéndome ser mujer, entonces te devuelvo tu derecho de ser hombre. Y no es que yo no sirva para trabajar... vastos ejemplos hay ya en el mundo de mujeres que conquistaron todos los terrenos, que pueden ser pilotos de avión, rectoras de universidad y presidentes... ¿pero qué pasa si también quiero ser madre?

Quiero reconocer que cuando veo a la maternidad como una tarea doméstica sin importancia, le estoy dando la razón al hombre que pretende destituirme de lo que me hace única. Y cuando renuncio a mi útero y a mi teta, cuando renuncio a "empollar" estoy haciendo eso: renunciar, y privarme de una parte fundamental de mí misma. Pero sobre todo estoy haciendo con mis hijos lo que durante siglos los hombres hicieron con nosotras, las mujeres: cometer abuso, aprovecharme de su falta de voz, de su imposibilidad para reclamar y pedir lo que necesitan para satisfacer sus necesidades. Quiero reconocer que cuando me niego a maternar para conservar mi identidad social, no estoy vengándome de la opresión del machismo y el patriarcado, sino que estoy dañando a mis hijos, que son quienes se quedan sin madre. 

No quiero ser una mujer incoherente, que el lunes hace una marcha para que no la maten y el jueves hace otra para que le permitan matar. Quiero madurar y dejar de parecer un niño haciendo un berrinche en el supermercado porque quiere no sabe qué

No quiero criar a mi hija con el concepto machista de que la mujer es solo un útero y por eso no vale nada, pero tampoco con el concepto feminista que le quita importancia al hecho materno. Porque en definitiva uno y otro llegan a la misma conclusión de que ser mujer es una mierda. Y yo quiero que ella sepa que no lo es, que ser mujer es hermoso y que tiene derecho a serlo. 

No quiero ser hombre, quiero ser mujer y vivir cada etapa de mi vida sin tener que imitarte a vos, hombre. Quiero ser yo misma, reivindicar mi naturaleza femenina y enaltecerla. Quiero que puedas ver lo bueno de mi esencia de mujer y que me respetes. 

Porque al final del día no quiero que mis derechos tengan que ver con ser hombre o mujer, que me respetes por ser hombre o mujer, sino por ser humano. Y quiero poder respetarme como ser humano, partiendo de la base de que soy mujer. Porque quiero que mi vida no esté inspirada en el resentimiento, sino en el amor; no en el egoísmo, ni en el reclamo exagerado de derechos o en el querer "todo para mí y nada para el resto", sino en el amor, en la capacidad de creación, en el fomento de los vínculos, en mi contribución a la sociedad y al mundo. Porque no hay felicidad posible si partimos desde el odio. Porque tampoco es posible ser felices reprimiendo lo que somos. 

Y porque también es posible hablar de feminismo desde la diferencia. 


©Mónica M. Kofler Escañuela



martes, 16 de agosto de 2016

El otro que no soy yo (y de por qué juzgamos)

Querido Quien Seas: 

Hace días que ronda en mi cabeza la cuestión respecto a por qué nos resulta tan fácil, tan tentador juzgar y condenar a los demás, por qué tan cómodamente nos ubicamos en el sillón del juez y nos dedicamos a señalar enfáticamente los errores de las demás personas, estableciendo, ya con ostentación, cuáles habrían sido las mejores decisiones a tomar por ellas, y a definir cuál sería el mejor modo en que deberían vivir sus propias vidas. 

Para todas esas preguntas se me ocurrió una sola respuesta: miedo. Miedo, sí, pánico, terror... miedo a que algo que no quiero, algo que corresponde a la vida del otro se instale en mi propia vida, miedo a no saber cómo afrontarlo. Entonces, para no ser víctima de esa situación que no quiero, a eso para lo cual no estoy preparado, acudo simplemente a una herramienta moral: me diferencio del otro lo más que puedo, y declaro a viva voz que eso que le pasa al otro es una simple consecuencia de haber hecho las cosas de tal o cual modo, de haber tomado decisiones totalmente contrarias a las que yo habría tomado en su lugar, solo para llegar a la conclusión de que eso que le pasa al otro, le pasa solamente porque es distinto a mí, porque si fuera como yo no le habría pasado, porque a mí eso no me pasa, no me tiene que pasar, no lo puedo permitir. 



Cómo no van a robarle, si andaba en la calle de noche. Cómo no van a violarla, si andaba vestida tan provocativamente. Cómo no va a golpearla su pareja, si ella lo conoció así y de todas formas decidió quedarse, si ella aceptó que la maltratara siempre. Cómo no van a serle infiel, si siempre volvía tarde a su casa. Entonces a mí me basta con no andar de noche en la calle, no vestirme provocativamente, no enamorarme de un violento, ni volver tarde a casa, para que no me roben, no me violen, no me golpeen, ni me sean infiel... 

El problema es cuando a pesar de ser diferente del otro, aun así me pasan las mismas cosas... Quizás entonces comience a pensar en la empatía como opción. Sin embargo el otro sigue siendo el otro, y quizás, solo quizás, sea él ahora quien se siente cómodamente en el sillón del juez. 

©Mónica M. Kofler Escañuela

domingo, 7 de agosto de 2016

El pecado del feminismo


Al feminismo, en sus diversas formas, le debemos un sinfín de logros y conquistas. Sin embargo es al mismo feminismo al que le podemos imputar el más grande de los pecados: haberle dado la razón al hombre. 

En su afán por demostrar que las mujeres merecemos gozar de los mismos derechos de los hombres, el feminismo terminó por demostrar que la mujer es capaz de hacer y lograr las mismas cosas que aquél. Pero se olvidó, en el camino, que la mujer es también capaz de lograr otras cosas. Y así, por demostrar que la mujer no es "solo un útero", olvidó que la mujer es también un útero. 

Y digo que cometió un gran pecado al darle la razón a los hombres, porque para exigir los mismos derechos, aceptó que se le exija ser igual que un hombre, desplazando y rechazando ella misma su naturaleza femenina, negando su gran poder creador o, en la mayoría de los casos, aceptándolo pero negándole importancia, como si crear vida y formar a las generaciones futuras fuera un hecho sin trascendencia que se puede equiparar a una simple tarea doméstica. 

Hemos encarnado durante mucho tiempo las luchas de nuestros ancestros, hemos intentado reivindicar lo femenino desde un lugar masculino, hemos pretendido ser mujeres masculinizadas, despreciándonos a nosotras mismas y a nuestra femineidad. Pero esa ya no es nuestra lucha. Entre el machismo, que tanto daño hizo a la mujer, y el feminismo, que tanto daño hizo a la mujer, hay un punto medio: el punto de la conciliación. 


Es en el complemento donde es posible aspirar a la perfección. Es tiempo de sanar: para dar paz a nuestros antepasados, para darnos paz a nosotras mismas y para darles paz a nuestros hijos y los hijos que vengan a través de ellos. Porque mientras los niños sean concebidos en medio de una lucha de sexos, mientras sean fruto de la guerra, la venganza y el resentimiento, ningún cambio positivo será posible en el mundo. 


Y esa es solo mi humilde opinión. 

Mónica Kofler

jueves, 14 de abril de 2016

Rompecabezas

Imagen tomada de Google

Me volví a encontrar con el chico de chaqueta azul once años y una vida después de terminar la escuela. Él quiso mirarme a los ojos, yo bajé la mirada (tenía miedo que descubriera que estaba rota). Insistió, tomó mi rostro con sus manos y me miró. "Todos estamos un poco rotos" me dijo. Pude ver su ternura.

Aquélla vez amanecimos tomados de la mano en el parque, exhibiendo heridas y todos los motivos de nuestras lágrimas y sonrisas. Él se arrodilló y juntó mis pedazos: "Son tuyos" me dijo, "Los necesitas. Armá tu yo misma como quieras y tomate tu tiempo... Yo me quedo".  Fue la muestra de amor más grande que recibí.

Desde entonces caminamos juntos, dando cada uno la forma que puede a su yo mismo, cobijando cada uno entre los brazos los fragmentos de su vida y de sus búsquedas. Y no nos dejamos de sorprender de eso tan especial que se forma entre nosotros a partir de cada nueva combinación de piezas que surge cuando, alguna que otra vez, las circunstancias de nuevo nos rompen un poquito, y tenemos que armar el rompecabezas de nuevo.