viernes, 19 de septiembre de 2014

Bailando Lento

Cuentos Para Sentir

Estaba en una esquina del salón, a su alrededor todos bailaban y parecían disfrutar de la música. Ella, en cambio, prefería quedarse en un rincón, con la eterna ilusión de encontrarlo alguna vez. Si él no estaba, nada podía ser disfrutado, si él no estaba, la fiesta no era una fiesta. 

Se sentía ridícula por hacer que su vida girara en torno a él, sobre todo cuando él parecía ni siquiera saber de su existencia. Se sentía ridícula, sí, pero no podía evitarlo. Se preguntaba cómo lo hacían sus amigas y las demás chicas de su edad para vivir la vida como si el amor no importara, como si pudieran vivir sin amor, como si pudieran disfrutar de todo y de cada circunstancia. 

Estaba tan sumergida en sus pensamientos, que casi no notó que alguien se acercaba, una sombra con un movimiento lento, hasta que llegó a cubrirla totalmente de la luz. Cuando por fin lo advirtió, sintió, casi al mismo tiempo que a la presencia, la voz en su oído: 

- Quieres bailar? 

No sabía a quién pertenecía la voz que, sin embargo, la desarmó con su dulzura. Alejó un poco su rostro para ver de quién se trataba y, como si su interior se desplomara en ese mismo instante, se percató de que era él... precisamente él. 

Se tomó unos instantes para responder, mientras analizaba sus gestos y sus movimientos, intentando descifrar si no se trataba de una broma. No es que él se caracterizara por ser un adolescente rebelde y malicioso, ni que disfrutara de despechar a las chicas del curso, ni mucho menos. Muy por el contrario, su comportamiento ( al menos hasta donde ella lo conocía) había sido siempre impecablemente respetuoso y, quizás por eso mismo, le parecía tan inalcanzable. Lo que la hizo pensar antes de responder, era lo llamativo de su aparición así, tan de repente, sin que antes lo hubiera visto en la fiesta; su aparición justo en el momento en el que se encontraba pensando en él, su aparición en esa esquina oscura en el que ella se creía invisible. La había encontrado por casualidad? o la había estado buscando? 

- Ay! yo de nuevo inventándome novelas!-  se dijo para sus adentros. - Cómo si fuera posible que él me estuviera buscando! 

Lo miró y advirtió su gesto expectante, esperando una respuesta. Ella se limitó a sonreír y asentir con la mirada. Hubiese querido responder con una palabra, al menos, pero su interior temblaba, y el solo intento de hablar la hubiera podido dejar en evidencia. 

Él la llevó de la mano hacia una zona más céntrica del salón. Mientras caminaba ella intentaba disimular la exaltación y el vértigo que le provocaba caminar tomada de su mano. 

Como por arte de magia, al llegar al lugar elegido para bailar, la música cambió de repente y empezó a sonar un lento: 


Sonrieron ambos por la casualidad; él, una sonrisa amplia; ella... quizás ni siquiera sonrió, quizás fue solo un temblor en sus labios. 

Ella quedó paralizada y se dejó invadir, inmóvil, por la música suave. Él, quizás sin saber qué hacer para tomar la iniciativa, se acercó lentamente a ella, acortando centímetro a centímetro la distancia que los separaba, mirándola a los ojos en cada movimiento, como si tuviera que pedir permiso para borrar el espacio entre ellos. 

Finalmente quedaron juntos, frente a frente, mirándose a los ojos, mientras la música seguía sonando. Él se decidió y extendió ambos brazos, tomó las manos de ella y las llevó lentamente hacia sus hombros, dejándolas reposar ahí, mientras él reiniciaba el recorrido para llegar hasta su cintura. Primero el gesto fue tímido, un contacto apenas perceptible; pero a medida que la canción avanzaba y los cuerpos se sincronizaban con la melodía, las manos de él comenzaron a rodearla, acariciando su espalda; y las de ella descubrían lentamente la nuca de su chico y jugaban con sus cabellos, su cuello perdía la tensión que tanto la paralizaba y su rostro se acercaba cada vez más, hasta terminar reposando sobre uno de sus hombros. 

Desde donde estaba ubicada podía percibir la respiración de él, respirar su aire, sentir la fragancia de su perfume, la tibieza de su piel. Su cuerpo se había convertido, de un momento a otro, en un concierto de sensaciones exaltadas. Podía sentir con intensidad el calor que emanaba de cada milímetro del cuerpo de él, podía percibir los puntos de contacto entre la piel de uno y de otro, las rodillas que se rozaban en los cortos pasos acompasados que hacían para seguir la melodía, las yemas de los dedos de él tocando el centro de su cintura, colándose por debajo de su ropa, la respiración caliente de él en su cuello... 

Con movimientos milimétricos, él acercó su mejilla y la apoyó en la mejilla de ella, compartiendo ambas su tibieza, para seguir avanzando luego y colocar en su mejilla, los labios de él, con un beso dibujado por la humedad y el calor. Ella sentía desmayar, mientras intentaba descifrar el significado de tan tierno beso... - Siempre arruinando todo por pensar - se dijo a sí misma, y volvió a entregarse. 

No habiendo encontrado resistencia, él continuó con su paso lento y firme, hasta lograr que los labios de ambos se tocaran, luego de haber recorrido todo el rostro de ella con sus labios, llegando finalmente a su boca. Beso tímido, suave, acolchado y sedoso. Beso húmedo, tierno, tibio y apasionado. Beso desbordante, desenfrenado, aventurero y sediento. 

Los límites entre ambos habían empezado a borrarse y, en la sombra, parecían un solo cuerpo. Los pechos de ella se delineaban filosos a través de su ropa; y, en el abrazo intenso, ella pudo conocer de él, otro contorno. Las manos parecían moverse solas, aunque aun conservaban parte de su cordura, limitándose a recorrer caminos no tan desconocidos... 

A su alrededor todos bailaban... a su alrededor, sin embargo, el mundo parecía paralizado. El mundo, o ellos. Sea como fuera, lo que estaban viviendo parecía encontrarse en su propio tiempo y en su propio espacio. 

- Debería decirle que paremos - pensaba ella. Pero solo pensaba. Intentar separarse era como intentar separar dos barras de manteca derritiéndose juntas, sobre el calor del fuego. 

Sin embargo la realidad tiene la costumbre de irrumpir siempre, y así lo hizo cuando se acabaron los lentos. Las luces se encendieron y alguien gritó que era hora de partir la torta. 

Ellos se separaron con urgencia y con vergüenza, casi sin poder mirarse de nuevo. Una amiga de ella apareció de repente y le pidió que la acompañe al baño. - Contáme todo! - le dijo ansiosa. Cuando miró atrás, él ya no estaba. 

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